(Mensaje urgente a la generación de entre dieciocho y veintidós años convocando a un diálogo comprensible).

Nací en 1953.

No había televisión. Cuando llegó, en 1962, era un aparato en blanco y negro de 525 líneas, “nieves”, titilaciones verticales y horizontales, cuatro canales y una perilla manual (uno tenía que levantarse tantas veces como quisiera cambiar de canal).

El teléfono era un armatoste negro de lujo que existía sólo en la casa de alguna familias pudientes del barrio y las llamadas de larga distancia tenían horas de espera.

El auto, lo mismo. Un bien inaccesible para mis padres, campesinos trasplantados a la ciudad. El taxi, una costumbre de ricos.

Si uno viajaba solo de vacaciones, mamá tenía que esperar de 24 a 48 horas para recibir un telegrama que avisaba: “Llegué sin novedad. Saludos. Benjamín”.

En el colegio había que ir a la biblioteca, tomar notas de los libros designados (no se podían llevar a la casa, no había fotocopias y, disculpen el anacronismo, no había PDF!).

Quizá la única similitud con estos tiempos es que los libros siguen siendo económicamente inaccesibles para la inmensa mayoría de estudiantes.

Eso, solo por nombrar algunas cosas.

Entonces, a nosotros nos ha tocado incorporar y aprender casi todo aquello con lo que ustedes nacen.

Computadoras: desde mi primera laptop con 5 megas de RAM y 80 de HDD y un Page Maker que se cargaba con 14 diskettes, hasta esta MacBook Air de 13” en que escribo hoy.

Celulares: desde los primeros “ladrillos” blancos de medio kilo y con botones, hasta el Galaxy S9 o el iPhone 10.

Internet: desde el tiempo en que bajar una foto tomaba cinco o diez minutos, hasta el 5G y el Internet de las Cosas.

Mensajería: desde los días de Envoy, incipiente correo electrónico que hacía imprescindible conectar la computadora a una línea telefónica física, hasta WhatsApp.

Redes sociales: Nunca hubo nada de eso en nuestras vidas hasta que apareció Facebook. Tal vez califique el cuaderno “Slam”: cada página tenía un tema y se pasaba entre amigas y amigos para que cada uno pusiera su respuesta.

En virtud de todo lo anterior, a ustedes que no tuvieron que hacer ninguno de estos abrumadores cambios en el curso de sus vidas les pido que tengan un poco de paciencia con nosotros.

Queremos estar a la altura. Queremos entender su universo. Pero hemos tenido que aprender a procesar la realidad a una velocidad absolutamente desconocida para nosotros.

Ayudaría tanto que nos esperaran – un ratito, no tanto – para así entablar un diálogo a escala humana que haga posible la continuidad de la comunicación.

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