La honestidad intelectual nos permite pararnos fuera de nosotros mismos y pensar de un modo que otros pueden (y deben) encontrar estimulante; descansa sobre el hecho de que desear que algo sea verdad no es razón para pensar que es verdad. Es más, en primer lugar eso causa la preocupación de que podemos estar fuera de contacto con la realidad. En este sentido, la honestidad intelectual hace posible el conocimiento verdadero (Sam Harris, Honestidad intelectual).

Hemos reflexionado antes sobre la actitud que muchos cristianos tienen respecto de sus convicciones. Esa postura se fundamenta en el reclamo de que la Biblia es la verdad, es la palabra de Dios. Lo que no parecen entender es que aunque sea la verdad, nadie tiene el conocimiento absoluto sobre lo que dice y lo que significa. Sin embargo, casi todos creen que sí tienen conocimiento absoluto de ella por lo que pontifican sobre todos los asuntos de la vida con una ingenuidad – y arrogancia – abismante. Eso es deshonesto.

Por eso se dividen tantas iglesias. Por eso tantos cristianos se pelean. Por eso ha habido horrorosas guerras de religión. Por eso es tan pobre – o inexistente – el verdadero diálogo sobre los temas importantes de la vida en los ambientes cristianos. Porque cada uno presume que lo que sabe es inamovible, eterno, evidente y absoluto.

Sin embargo, la pura, simple y humilde verdad es que no es así. Y lo que es más trágico, como bien señala Harris, eso pone a la gente que sustenta esta actitud fuera de contacto con la realidad. No sólo no entienden o tienen ideas erróneas sobre lo que acontece en el mundo sino que no tienen la más mínima disposición a conversar con personas que piensan diferente.

Hay que decirlo de nuevo: esa es la actitud predominante en la mayoría de los creyentes. Piensan que reflexionar y cuestionar honestamente sobre sus convicciones a la luz de lo que otras personas honestas les plantean es transar con la verdad. Pero nadie conoce toda la verdad.

Por eso es que en el mundo de las ideas, de los grandes debates públicos, de la gestión política, de la academia y de otros espacios de la cultura hay una ausencia tan dramática de cristianos influyentes, interesantes y motivadores. No hay nada más patético que aquella gente que evidencia tanto desconocimiento de la realidad y que sin embargo proclama que tiene una mente redimida superior.

Me hacen acordar de aquel pensador que dijo “Si la realidad no se ajusta a mis palabras, peor para la realidad”…

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