Un trabajo que hicimos en clases cuando estudiaba un postgrado en Estudios Internacionales en Suiza fue revisar el discurso “Un mundo dividido” que Aleksandr Solzhenitsyn diera en la inauguración del año académico en la Universidad de Harvard el 8 de junio de 1978. Les invito a conocer su historia, sus libros y este discurso en cualquier buen sitio de Internet (más allá de Wikipedia sería ideal).

Es impresionante que después de tantos años sus palabras sigan teniendo semejante vigencia. He extraído de ese mensaje las siguientes palabras:

Si, como pretende el humanismo, el ser humano naciese solamente para ser feliz, no nacería para morir. Desde el momento en que su cuerpo está condenado a muerte, su misión sobre la tierra evidentemente debe ser más espiritual y no sólo disfrutar incontrolablemente de la vida diaria; no sólo la búsqueda de las mejores formas de obtener bienes materiales y su despreocupado consumo. Tiene que ser el cumplimiento de un serio y permanente deber, de modo tal que el paso de uno por la vida se convierta, por sobre todo, en una experiencia de crecimiento moral. Para dejar la vida siendo un ser humano mejor que el que entró en ella.

¿En qué cosas – por lo tanto – estaríamos dispuestos a invertir la vida en el limitado tiempo de que disponemos?

Hemos escrito aquí sobre el humanismo encubierto que amenaza al cristianismo contemporáneo. En su afán de competir con las tendencias culturales en boga que instan a la gente a ser felices, a gozar de buena salud y a disponer de bienes materiales, el cristianismo ha agregado ese valor a su mensaje: “Nosotros te aseguramos no solamente la felicidad después de la muerte, sino también la felicidad en este tierra”.

Tiene que ser el cumplimiento de un serio y permanente deber” escribe Solzhenitsyn respecto del propósito fundamental de la vida. Vale la pena recordar que ser un testigo de Cristo en esta generación puede traer mucho más sufrimiento que felicidad inmediata considerando el rechazo y la militancia activa que tiene el establishment político, económico y cultural contra todo lo que señale a Dios como el centro y propósito esencial de la vida.

Así que debería ir siendo la hora de revisar los contenidos de nuestros mensajes evangelísticos y la estructura de nuestros programas de radio y televisión para comprobar si no estamos amparándonos en un humanismo encubierto para ganar adeptos.

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