Política humanista: el votante es el que mejor sabe lo que le conviene. Economía humanista: el cliente siempre tiene la razón. Estética humanista: la belleza está en los ojos del espectador. Etica humanista: si hace que te sientas bien, ¡hazlo! Educación humanista: ¡piensa por ti mismo!
(La revolución humanista, en Homo Deus, Yuval Noah Harari)

Este es, según Y.N. Harari en su último y magnífico libro Homo Deus, el mandamiento primario del humanismo: crear sentido para un mundo sin sentido. Las cinco afirmaciones que encabezan esta columna están ilustradas por fotografías que resumen la definitiva victoria del humanismo en todos los órdenes de la vida, incluso el religioso.
Hubo una época en que el cristianismo opuso férrea resistencia al avance de la idea humanista. Pero sólo bastó un poco de tiempo para obligarlo a replegarse: es imposible escapar a la sugestión de que el cumplimiento de los anhelos humanos aquí en la tierra es perfectamente posible. La gente creyente de cualquier religión, que secretamente no abandona la idea de un plan cósmico, tiene un margen de realización mayor: puede ser feliz en esta vida y más tarde en la vida eterna.
¿Por qué afirma el autor que el humanismo nos manda crear sentido para un mundo sin sentido? Porque habiendo abandonado la idea de un plan cósmico – que le confería sentido y unidad a la vida -, el feroz materialismo convertiría a las criaturas humanas en puro objeto. Así, el humanismo devino religión; su propuesta universal busca abastecer las esperanzas, los anhelos, las preguntas de toda la gente. En suma, darle validez a la singularidad humana.
Esta versión fortalecida del humanismo va a ser muy difícil de superar. En la política, la economía, la religión, la ciencia, el arte, el entretenimiento y en todo emprendimiento humano se fortalece y crece porque encuentra un ambiente propicio: todos queremos más. Más salud, más cosas, más entretención, más paz y seguridad. El sistema social existe para eso. Es ubicuo, inescapable, penetrante y cercano a lo absoluto. Es el dios nuestro de cada día.
Parafraseemos a Francis Crick: Al hombre, en tanto hombre, le decimos: ¡Aleluya!

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