Hay pocos registros en la historia que den cuenta del empuje de la industrialización de la fe como en los tiempos actuales.

Un amigo me comentó que en una entrevista le preguntaron a un conocido cantante cristiano: “¿Qué opinas de la industria cristiana?” No supe cómo siguió la conversación pero el caso me dio pie para esta nota.

Como siempre es necesario omitir de esta mirada crítica a las miles de comunidades cristianas que se manejan con integridad y transparencia en materias de dinero y que desarrollan su trabajo en forma sobria y generosa. Hecha esta salvedad continuemos con la historia.

Cuando la fe se “organiza” enfrenta inevitablemente el asunto del dinero. Veamos la secuencia más probable:

Lo primero que hacen los creyentes en pensar en un templo. Eso significa por lo menos comprar un terreno, contratar un arquitecto diseñador, obtener los permisos, comprar materiales, pagar trabajadores si no son los hermanos, equiparlo con los servicios básicos, bancas, muebles, oficinas, equipamiento, sonido.

Si con los años la iglesia es exitosa el templo se hace chico. Hay que ampliar, adquirir sonido y equipamiento más apropiado. A estas alturas posiblemente haya que contratar personas para el mantenimiento. Tal vez, pagar a un pastor de jóvenes, un pastor de alabanza, un líder de ministerios.

Luego se hace imprescindible entrar en los medios: radio, televisión, internet. La iglesia tiene cantantes que desean comercializar sus producciones. La librería. Los vehículos. El terreno y la construcción de un lugar de campamentos. Suma y sigue.

Finalmente para manejar todo eso tal vez haya que disponer de un gerente administrativo y un controlador financiero. No hay que dejar de lado que si se hacen bien las cosas toda esta actividad puede generar importantes recursos aparte de diezmos y ofrendas.

Admito sinceramente la defensa que se presente de esta estructura exitosa. Admito la honestidad y la generosidad con que se esté haciendo esta tarea.

Lo que rechazo de este sistema son dos cosas. Uno es que a medida que las cosas crecen, crece la presión por los diezmos y las ofrendas lo cual se trabaja periódicamente con predicaciones, enseñanzas sobre fe y finanzas y campañas especiales de recaudación de fondos. Dos, que es inevitable que capacidades y ministerios terminen convertidos en una industria que genere importantes recursos institucionales y privados.

No podemos sino comparar la modestia de recursos que tuvo el ministerio de Jesús y la efectividad de su misión con la grandeza de la industria cristiana y el poco efecto social de su gestión.

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