Hubo una vez, cuando la luz de la mañana era semejante a nuestra edad, que nos sentíamos infinitos. Nada era pasado ni futuro, sólo presente ubérrimo, pletórico de vida, absoluta y completamente irresponsable. Ni siquiera éramos conscientes del pan que comíamos, la ropa era un accidente circunstancial y la escuela el lugar de reunión para diseñar el plan magnífico que nos haría existir ese día.
En efecto, no teníamos pasado. Todavía no conocíamos el remordimiento ni las condiciones que el amor y la gente le van poniendo a uno para ser parte de la historia. Sin registros testimoniales, éramos polvo en el viento, luciérnagas crepusculares, lobos esteparios, completamente embriagados de energía y luz. Ningún oscuro profeta vendría a lanzar maldiciones sobre nuestra sana locura. Todavía no aprendíamos que la memoria nos convocaría más tarde a sus solemnes indagatorias, a sus juicios sumarios, a su constante y ubicua presencia. ¡Oh temprana epopeya del ser! ¡Qué ignorantes éramos de la brevedad de esos días maravillosos! Si lo hubiéramos sabido. Si sólo lo hubiéramos sabido…
Vino el tiempo con su discurso regulador, con sus notables moralejas para apaciguar el ardor de los días y meternos de lleno en la métrica social, en el concierto de las instituciones y en las responsabilidades cotidianas. El color y la luz de la existencia se tornaron marrón, como las fotografías viejas, esos últimos vestigios de nuestra generación. La razón, esa Frau Rottenmeier que no sabe del fuego de los crepúsculos en la montaña, se introdujo por cada intersticio de nuestra piel y se adueñó para siempre de nuestra fuerza creadora. Puso en fila nuestros sueños, los hizo tomar distancia y los metió en las aulas de la disciplina. Ella gobierna al mundo y nosotros sólo sabemos esperar la campana del recreo.
Así, la sabiduría devino propiedad oficial de los dirigentes y se tornó en códices, en reglamentos para la comunidad y se hizo propiedad de los predicadores que cautelan el secreto de los antiguos preceptos. Nosotros somos marginales, artesanos poco confiables, a quienes a veces les permiten poner un poco de color a las celebraciones y los dejan recitar sus poemas en las fiestas anuales, pero hasta ahí no más. “No se confíe usted de estos seductores de la emoción, estos traficantes del sentimiento que ponen las cosas correctas patas para arriba; son simpáticos, pero peligrosos.”
A veces hoy, nos sentimos infinitos pero ya se ve un poco patético…

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