“¿Usted cree que le puedo ayudar? le pregunta el psicólogo a su paciente, un importante banquero europeo que espera en arresto domiciliario los resultados de un juicio de gran impacto público en su contra. “¿Que si usted puede salvarme?”, responde el hombre. “Voy a revelarle una importante conclusión a la que llegué recientemente: nadie puede salvar a nadie. Por una razón muy simple: nadie quiere salvarse.” Es posible que este diálogo, seguramente algo novelado para una película, haya ocurrido efectivamente. El banquero y el caso en su contra son reales y todo terminó con su importante carrera pública.
Que nadie quiera salvarse es una afirmación algo exagerada y por supuesto incorrecta políticamente por estos rumbos. Pero la mirada cruda y honesta con que el protagonista contempla el mundo del que es parte trasunta más verdad de la que estaríamos dispuestos a reconocerle. En alguna parte de la trama reflexiona sobre el idealismo con el que muchas personas inteligentes y promisorias comienzan su carrera y cómo éste se va desmoronando con el paso de los años. Las luchas internas de la institución, la ambición y las enormes debilidades del carácter humano van minando el optimismo con el que uno encara la vida cuando todavía no es confrontado con su lado oscuro.
Si uno ensaya esa mirada sobre las instituciones – políticas, sociales, económicas, culturales y religiosas – un poco más allá del discurso y se remite a la experiencia, no pocas veces toca pensar que los actos humanos parecen reflejar un absoluto desprecio por la salvación, no en el sentido que lo explica la religión sino en relación con el interés mayor de la sociedad. El daño que la gestión de sus dirigentes y miembros causan a la fe pública, a la confianza, a la seguridad y a la tierra lo tienta a uno a pensar que la comunidad humana misma no desea otra cosa que cometer suicidio.
El mundo es más complicado de lo que parece. En gran medida es sórdido y ajeno. Las fuerzas que luchan por su control y por su destrucción no tienen oídos ingenuos. Por lo mismo, el mensaje para tocarlo y estremecer su conciencia no puede ser simplista, azucarado, mágico. Debe entrar en la esfera del conflicto, penetrar su complejidad, comprender su lógica y construir puentes para la comprensión de una salvación que no se logrará con cuatro pasos y una plegaria tipo “Repita conmigo…”

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