¿Cuál era la cuestión fundamental? ¿En qué consistía aquello que podría explicar los años pasados? Se detuvo un instante y pensó en todos los momentos cruciales de su vida y quiso encontrar el elemento ordenador, la cosa que explicara todo, el factor que pusiera la necesaria perspectiva para entender.
La mañana transcurría plácidamente. Una brisa leve le acariciaba el rostro. Un sol todavía tímido pero tibio le entraba en los huesos. Los ojos reposaron sobre la temblorosa superficie del río. Sus remansos permitían suponer la profundidad que alcanzaba cerca del pueblo. La línea del cerro recortaba un cielo límpido, tan distinto aquí de ese mortecino color gris de la ciudad. Le pareció un buen momento para volver a pensar es las cuestiones esenciales, obsesión que le acompañaba desde la infancia.
Nunca es triste la verdad; lo que no tiene es remedio. Recordó esa frase de una canción de Serrat. No le molestaba tanto que no hubiera alivio para la verdad. Le torturaba más el que costara tanto entenderla. Sobre todo la verdad acerca de uno mismo. Ahí están los hechos de la vida. Nadie tiene que explicárselos a uno: se conocen demasiado bien. Lo que se quiere saber es qué significan, hacia dónde conducen, por qué han ocurrido de esa manera y no de otra, qué hubiera pasado si uno hubiera hecho algo distinto, etc…
Está claro que los antiguos paradigmas, las explicaciones perfectas que encajan en todas las esferas hace tiempo que ya no satisfacen. Las cosas son más complejas que la elaborada estructura de doctrinas y principios aprendidos desde temprano. Los hechos de la vida hablan más fuerte y más claro que discursos y lecturas.
Entonces, ¿cuál es la cosa? ¿Por qué esa reticencia a reclinarse sobre las seguras columnas del conocimiento convencional? ¿De dónde viene esa disposición contraria a meterse en aguas turbulentas? ¿Por qué no quedarse tranquilo y seguir la corriente como todos los demás? ¿No se evitarían problemas y complejos?
No. La cosa no es así. El antiguo dicho es que la vida es más que la comida y el cuerpo es más que el vestido. No puede uno quedarse satisfecho con soluciones superficiales. No parece haber un puerto seguro y definitivo hasta el fin del tiempo.

Es en ese sentido, y no en otro, que comparto la idea de que no somos más que peregrinos en busca de algo más allá de uno mismo.

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