“Cuando los fundamentos son destruidos, ¿qué le queda al justo?” Ésta fue una pregunta hecha hace mucho tiempo por un artista – un músico en realidad. No fue formulada por un dirigente tal vez porque los interpela directamente. Los artistas – los verdaderos – tienen una cierta sensibilidad profética. Perciben desde su arte cosas que la mayoría de la gente no ve; o si las ve, no las puede articular de una manera que vaya más allá de la queja cotidiana o del titular del noticiero.

Escrita hace siglos, esta interrogante llega hasta nuestra hora con una violenta actualidad. Muy poca gente logra articular palabras que perduren y que sean pertinentes en cualquier momento de la historia. Esta es, entre otras, la razón por la que debería tanto escritor cuidarse de lanzar tan ligeramente libros al mercado: después de un año o dos nadie los lee ni los recuerda.

Se espera de los gobernantes, de los legisladores, de los jueces, de los policías, de los patrones, de los dirigentes eclesiásticos, que cumplan y hagan cumplir los preceptos que promueven el bien común. Nadie pretende que sean perfectos; la esperanza es que velen de la mejor manera posible por el bienestar de la comunidad de la cual son responsables. Sobre ese fundamento la gente de buena voluntad puede desarrollar su vida y su trabajo; algo así como un contrato en el cual dirigentes y dirigidos hacen su parte.

El conflicto social surge por lo general cuando la injusticia es ejercida por quienes manejan el poder. Es verdad: el crimen, la corrupción y la violencia ocurren en todos los estamentos de la sociedad. Pero su efecto es más destructivo cuando es perpetrado por los dirigentes porque la vida va quedando desprovista de las salvaguardas que hacen posible su sano acontecer. Entonces se plantea la pregunta: “¿Qué le queda al justo?” No mucho, si aquellos de quienes debe venir la justicia están cometiendo injusticia. La base de la convivencia está destruida. La justicia está rota.

En un escenario así puede llegar un momento en que ninguna obediencia sea posible y la gente recurra a alguna forma de protesta, de rebelión contra tal orden de cosas. La historia está llena de extraordinarios momentos en los cuales los justos se concertaron para recuperar la justicia, aunque no pocas veces el precio pagado fue extremadamente trágico.

Esto es algo en lo que todo dirigente debería sobriamente reflexionar.

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