“Y halló en el templo a los que vendían bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas allí sentados. Y haciendo un azote de cuerdas echó fuera del templo a todos […] y dijo a los que vendían palomas: Quitad de aquí eso, y no hagáis la casa de mi Padre casa de mercado.”
La ironía de este pasaje es que el propósito del negocio fustigado por Jesús era permitir a los feligreses honrar a Dios y cumplir el mandamiento de la Pascua. Un episodio paralelo en el libro de los profetas describe el asco de Dios por la parafernalia del culto, mismo que El que había instituido unos siglos antes.
Las cosas se encuentran en un estado avanzado de descomposición cuando la fe deviene mercancía. Los negocios no son sucios en sí. La bronca surge cuando la adoración, la honra a Dios y las cosas del culto se convierten en producto de mercado. El objeto final del mercado no es la gloria de Dios sino el lucro, la ganancia después de gastos. El éxito comercial no tiene – no puede tener – escrúpulos éticos. Así lo definió en el reciente debate Donald Trump sobre ganar plata con empresas o personas afectadas por los tiempos de crisis económica: “Se llama negocio”.
Consustancial a la venta de productos es la mercadotecnia. Se le atribuyen al producto características especiales, se instalan espectáculos, recitales, promociones especiales, lanzamientos en redes sociales, stands promocionales en ferias y encuentros masivos.
Tal es la fuerza del negocio que cualquier ataque a la gestión comercial es catalogado de radical, comunista o contrario a la libertad. Cuando Jesús llevó a cabo la limpieza del templo, el texto dice que con mayor razón los líderes religiosos quisieron matarlo. En cierto viaje misionero el apóstol Pablo liberó a una chica que tenía un espíritu de adivinación frustrando así la ganancia que obtenían de ella sus amos; Pablo fue acusado entonces de poner el peligro la singularidad religiosa del lugar. Pero el cuento no era la libertad religiosa: era que el negocio se había ido a las pailas.
Nuestro mundo evangélico sufre también el síndrome del templo de ladrones. La música y los libros – incluso cierto sospechoso merchandising como pañuelitos ungidos y aceites milagrosos – se comercian en las principales convocatorias cristianas. Existen algunos encuentros masivos que tienen como único propósito transar grandes montos de mercadería cristiana.
Al final, en todas partes se cuecen habas…

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