No dejen que los agoreros del fin ni los funcionarios del terror les quiten el amor por la poesía, porque ustedes la amaban antes de saber que la amaban, es decir, la amaban sin saber que la amaban. No dejen de pronunciarla y de estamparla en las bitácoras del exilio, en los calabozos del abandono, en las trincheras laterales, en la luz de sus cuadernos.

Porque la poesía es el grito del silencio, la voz amordazada, la pasión reprimida, la crónica valiente, el rostro de la mudez. Con ella combatimos las cuchillas de la razón y penetramos en el helado país del miedo. Se viste de overol en las usinas lo mismo que siembra en amores su palabra de miel.

La descubrimos andando los días de ayer, cuando teníamos el alma pura, la mente virgen y el cuerpo disponible. Se nos vino encima cualquier noche como lluvia de estrellas o en la orilla de los ríos como amparo de sauces. No sabíamos nombrarla, pero emergían de nosotros sus versos a borbotones, como risa loca de noviembre o primavera que sangra.

Los rigurosos cancerberos del idioma exploraron nuestras palabras, las separaron en trocitos y analizaron con severos milímetros su pronunciación autodidacta. Creían que nosotros íbamos a someter a sus decretos silábicos nuestra sangre, que íbamos a entrar en el uniforme de la academia. Pero no sabían que veníamos del hambre, del dolor, de la decepción, de la oscuridad, del grito y que para eso no hay escuela ni calendarios, no hay corrección política ni censura previa.

Los vigilantes, los diligentes epónimos examinaron el rigor doctrinal de nuestro grito a ver si la palabra se cuidaba de mundanos territorios y hacía pronunciadas reverencias al modelo y los edificios del sistema. Pero nada. Habíamos entrado en misteriosos callejones, tocábamos los cuerpos agitados, preparábamos ungüentos de papel para el dolor del siglo. Nuestro poema se confundía con editoriales y protestas, con clandestinas confabulaciones, harto de discursos y cadenas nacionales.

Aunque no está escrito así en ninguna parte, uno igual sueña: “Oísteis que fue dicho… pero yo os digo: Dejad a los poetas venir a mí y no se lo impidáis…”

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