No todas las cosas eran claras ni definitivas. La niebla estaba cubriéndolo todo. Igual, cómo les agradaba seguir creyendo que las profecías eran acertadas y que los tiempos serían tales y cuales. Pero la vida se mostraba renuente a sus articulados teoremas, a sus premisas aristotélicas y sobre todo a sus muy valoradas contemplaciones platónicas.
Por otro lado la razón ya estaba bastante desprestigiada y por todas partes la pelea era ganada por la pasión, el interés propio, la vagancia intelectual, la emoción de las multitudes, el vértigo viral, el último iPhone y el tour de compras a Miami.
Queríamos seguir reteniendo la conseja de los maestros pero ya no servían para encarar el duro contenido de la realidad. Siempre nos alcanzaba la consecuencia de nuestras acciones y no quedaba más que remorderse un rato antes de quedarse dormido cada noche, bastante tarde a decir verdad.
Cansancio de las mismas cosas, explicar lo mismo por enésima vez, esperar lo que no tiene retorno (porque nos iba quedando todavía un poco de esperanza), decir con Serrat que “no es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”, reconocer lo insoportable que en realidad es el peso del ser, con el debido respeto al señor Kundera, querer soltar amarras pero los nudos estaban apretados, al decir del tío Carlos, “a machote”.
Se va viniendo la noche y los planes se suceden unos a otros, ahora sí que lo vamos a lograr, total ahora hay internet y todo el mundo puede ver nuestros mensajes y entonces dentro de poco vamos a ver la gloria de Dios esparcida por toda la faz de la tierra y nos podremos ir felices a recibir nuestra corona repleta de perlas celestiales.
Regresarán como las oscuras golondrinas la caza de brujas, la quema de libros, los edictos entre gallos y medianoche, la exoneración de los culpables y la justa condena de los ingenuos inocentes que creían – pobrecitos – en el rigor superior de la justicia y la moral. Pero, ¿vos podés creer semejante tontera?
Lejos quedaron los días en que la memoria se fue construyendo con los libros, con la radio, con el teatro, con el cine. Somos los últimos sobrevivientes del paleolítico y de nuestros análogos aparatos no queda más que este viejo despertador a cuerda y campanilla y la lapicera con esmalte de oro que era el vestigio final de la epopeya del tío Carlos.

(Este artículo ha sido especialmente escrito para la radio cristiana CVCLAVOZ)

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