Eran las seis de la mañana. Todos los retornados del exilio con sus mujeres, hijas e hijos se habían reunido hacía un buen rato en la plaza de la destruida ciudad y aguardaban en silencio. De pronto, un hombre vestido a la usanza de los escribas se subió a un modesto cajón de madera, rompió el silencio y comenzó a leer de un rollo algo que jamás ellos habían oído. Entre la gente, representantes del clero respondían a las preguntas que las personas hacían sobre el contenido que se les estaba dando a conocer.
Poco a poco un lamento comenzó a cundir en medio de la multitud. Lágrimas brotaron de sus ojos y comenzaron a llorar y a gritar, “¡Amén, amén!” Los clérigos les pedían que no lloraran, éste es un día para alegrarse, les decían, porque por primera vez después de setenta años la ley de Dios era leída para aquellos que nunca la habían conocido. Al mediodía el escriba bajó de la improvisada plataforma y se unió al grupo de sacerdotes que le pedían a la gente que no llorara, que era día de fiesta, que había que ir a casa a comer, a beber y a alegrarse.
Esta escena, relatada en el libro de Esdras en la Biblia, contrasta dramáticamente con la indiferencia que la mayoría de los cristianos evidencian hacia la lectura de la palabra de Dios. Si leen con atención el fragmento citado, van a descubrir que Esdras no predicó nada. La sola lectura produjo un impacto intelectual y emocional inmenso en la gente. Si observan atentamente un culto donde se lee la palabra de Dios, no verán síntoma alguno de reverencia, asombro o quebrantamiento frente a la sola lectura.
La diferencia con los judíos que oyeron a Esdras esa madrugada, pienso yo, se debe que de tanto oír predicaciones – aproximadamente 10.000 horas para un cristiano que asiste a la iglesia por 20 años – se ha diluido la potencia de la pronunciación de la palabra. La ley de Dios ha sido desplazada por el apetito de la velocidad, la brevedad y la imagen por sobre la letra que impera en el mundo de hoy.
¿Quién estaría dispuesto a leer las más de 770 mil palabras que contiene la Biblia y experimentar la profunda perturbación interior que produce a la conciencia y la vida? Tal vez es porque a diferencia de aquellos antiguos exiliados hoy estamos atosigados de discursos y versiones de la Biblia.
(Este artículo ha sido escrito especialmente para la radio cristiana CVCLAVOZ)

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