“Los libros son cosa güena y hay que saber lo que dicen”, le dice el duro capataz de la hacienda al joven jornalero. Enviará a su hija a estudiar a la capital porque espera para ella un más alto destino que casarse con un campesino pobre y sin educación. A los ojos del viejo, esos son quizá los dos mayores pecados que un muchacho enamorado podría cometer. Con más intuición que conocimiento supone que la lectura franquea la entrada al mágico mundo del saber y otorga las armas para conquistar un lugar de privilegio en el mundo. El eterno sueño de madres y padres de ver a sus hijos alcanzar metas mucho más altas que ellos.

¿Son en realidad los libros cosa buena? ¿Hay que saber lo que dicen? ¿Es todavía el libro una esperanza para comprender el mundo en que vivimos?

Los libros han librado a través de la historia enormes batallas. Pensemos en algunas. Que llegaran a estar disponibles a todas las personas y no sólo a una élite poderosa e ilustrada. Que tuvieran un precio de compra accesible. Que estuvieran escritos en el idioma del pueblo. Que sobrevivieran a las prohibiciones y las hogueras que han sufrido en nombre de cierta única verdad que defienden la religión y los regímenes totalitarios. Que sigan viviendo en el corazón de millones de personas a pesar de la radio, la televisión y la red mundial de internet. Alegrémonos: el libro ha vencido. Goza de buena salud. Hasta hoy…

Pero todavía hay mucha gente que no conoce el inmenso país de la literatura. La pereza, la costumbre de leer sólo aquello que se relaciona con sus ocupaciones o creencias, una incapacidad confesada para concentrarse en el texto escrito, son algunas de las razones alegadas para esta ausencia, que a veces adquiere matices de imperdonable.

Es verdad que el oficio de leer invoca esfuerzo, constancia, búsqueda. Pero, ¿no es así con todas las cosas importantes de la vida? Aprender – en el más desafiante sentido de la palabra – ha de cautivar cautivar igual que lo lo hacen tantas otras cosas en las que invertimos tiempo y dinero

El libro nos convoca a librar nuestras propias batallas. A cuestionar y a comprobar la validez de nuestras convicciones. A descubrir otras formas de belleza en la novela, el cuento, la poesía y la dramaturgia. A abrazar la magia del saber. A vivir la vida examinadamente.

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