“El mundo que me enseñaban se ordenaba armoniosamente en función de coordenadas fijas y de categorías inamovibles… En cuanto empecé a balbucear, mi experiencia desmintió ese esencialismo. Lo blanco rara vez era íntegramente blanco; la negrura del mal se esfumaba: sólo percibía tonos grisáceos. Pero en cuanto trataba de asir los matices indecisos, tenía que encontrar palabras y me encontraba arrojada en el universo de conceptos de aristas duras.” (Memorias de una joven formal, Simone de Beauvoir).

Raras veces alguien pone en palabras un sentimiento, una idea, una sensación, una experiencia que hasta ese momento creía era algo solo mío – no necesariamente como un tesoro feliz, sino casi siempre como un complejo problema existencial. En este fragmento aparece la voz de una mujer singular que revela en su relato cuestiones que difícilmente la gente cree que un niño pueda pensar y sentir.

Están presentes en esta cita dos cuestiones que me conmovieron profundamente de niño. La primera fue que el mundo no era lo que me decían que era. Recuerdo diversos episodios, casi imperceptibles para el ojo de mis hermanos y hermanas, que constituían para mí la perturbadora evidencia de que palabra y realidad no pocas veces se trababan en conflicto. Esta colisión entre la idea y el hecho que debía corresponderle arrojaba manchas difusas en el macizo mapa de blancos y negros, buenos y malos, amigos y enemigos. A mí no me molestaba tanto que las cosas no fueran tan definidas; más me alteraba que los adultos no lo admitieran, que lo disimularan e insistieran en el rigor de los contrastes.

La otra cuestión se refiere a aquello de asignarles palabras a los matices indecisos. Quizá esta noción resulte foránea para una audiencia más joven. Crecí en un mundo religioso opresivo y controlador; no cabía allí ni una argumentación que valiera algo en ese verdadero estado policial que era la institución, como supongo ocurriría en un mundo más ilustrado; era no “porque yo digo que no”, “porque así se hacen las cosas aquí.” De modo que ponerle palabras a esta disparidad medio clandestina entre doctrina y realidad, aunque las tuviera, era impensable absolutamente. Aún hoy me encuentro no pocas veces luchando por encontrar aquellas que puedan, en toda su magnitud, dar cuenta de este juego enervante de luces y sombras.

(Publicado en enero de 2013)

 

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