Leo una nota de prensa que consigna la historia de una señora de 65 años que triunfa en un programa farandulero de baile de alcance nacional; es una abuela que encanta a la multitud. Consultada si sabe por qué la gente la quiere menciona algo como su entusiasmo y su “alegría de vivir”.
Entusiasmo y alegría de vivir son dos cosas que no convocan mi interés y no caracterizan para nada el actual estado de cosas que tienen que ver conmigo. Con los años me voy haciendo más crítico, descreído, impaciente y harto poco optimista acerca de un futuro promisorio.
Hasta aquí todo estaría bien y no sería más que la descripción de una realidad privada de poco o ningún interés para la audiencia. Pero ahí está la inveterada costumbre de las personas, incluso hasta de las que me quieren un poco, de recriminarme por mi grisácea disposición anímica. La mayoría lo hace con cierta gracia; otras personas me increpan irritadas. Alegan que desperdicio talentos, oportunidades y más que nada públicas responsabilidades.
Afortunadamente me mantengo impermeable a las tendencias sociales de la red. Me libro así de la avalancha de mensajitos y memes del tipo Sonríe, Dios te ama, Hoy puede ser un gran día y otras joyas por el estilo; citas de Jesús, Confucio, Buda y Deepak Chopra se entremezclan con fotos de floridos desayunos, pantagruélicos condumios y momentos inolvidables. Dice Seth Stephens-Davidowitz en su libro “Todos mienten”: No hay manera de que todos sean tan exitosos, ricos, atractivos, relajados, intelectuales y alegres como aparentan en Facebook.
Ninguna de esas cosas mitiga las rispideces de mi sentimiento la mayor parte del tiempo. He estado procurando escribir menos acerca de mí en este espacio pero cada tanto hay que aclarar el por qué de mis sombrías notas, tan poco alegres o poéticas. Recuerdo a mi amable audiencia que hay millones de otros sitios y lugares en la red que rebosan entusiasmo y buena onda. Por acá las cosas van a seguir lluviosas, con algo de fina garúa y de repente un poco de sol.
El dolor es aleccionador. Lo conecta a uno con la mayor parte del mundo. Para unos cinco mil millones de personas no hay nada que celebrar, el futuro no se les muestra radiante y no tienen recursos para adoptar alguna mística alegría de vivir.

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