Mañana va a ser el mediodía del resto del día que queda por vivir. Porque todavía queda algún tiempo antes del ocaso. Un poco antes, el crepúsculo está llano a otorgar algunos sueños, aunque no son muchos.

Será el día para celebrar el aniversario de la tristeza remitida y el jubileo de algunas horas bendecidas que aún quedan por ahí. Tampoco son muchas.

Mañana todavía los libros serán amados porque siempre hablan. Seguirán abriendo puertas y ventanas para que entre luz.

Habrá tiempo todavía de echarse bajo alguna sombra o arrellanarse en un viejo sillón de mimbre para releer los clásicos de siempre y también alguna novedad como “Amar amares” de Eduardo Galeano.

Mañana será el instante de recordar el futuro que se había soñado y que no fue. Para matizar se hará presente la memoria de algunos segundos emocionados, del aroma de alguna piel, de la tarde entre los álamos.

Se decretará el exilio de los miedos, las vergüenzas y las culpas. El amor, si sirvió para algo, cubrirá multitud de pecados. Por lo menos.

Mañana habrán crecido los hijos de los hijas y aparecerá algún bisnieto, precoz producción de algún nieto o nieta que no ajustó a los estándares de los viejos. Igual serán amados, aunque sea incluso a prudente distancia. Por razones de vivienda, digo.

Mañana tal vez algunos de ustedes recordarán las cosas que fueron escritas aquí. Para criticarlas porque no correspondían a la realidad o para amarlas porque hablaban para y por ustedes.

Los obituarios serán, seguramente, algo exagerados. O descarnadamente auténticos si aparece en las exequias alguien que tiene secretos que revelar.

Mañana las iras serán temperadas, las penas se replegarán al rincón más lejano del alma y los dolores devendrán incienso para el sacrificio de la tarde.

Se cerrarán los libros, algunas deudas serán pagadas y otras quedarán para siempre incobrables, para alegría de éstos y gran enojo de aquéllos.

Mañana me voy a unir a mis ancestros. Al abuelo Juan Bautista. A la abuela Aurora que se arrancó de la casa a los catorce años para fugarse con el abuelo Ramón – que tenía cuarenta. A mi papá, para proseguir una larga conversación pendiente.

Sobre todo, con el tío Carlos, padre y maestro, anciano venerable, epónimo de grandes eventos a quien le contaré seguramente de los avances de la ciencia y de los más recientes editoriales de El Mercurio.

Mañana…

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