“Y se juntaron con él todos los afligidos, y todo el que estaba endeudado y todos los que se hallaban en amargura de espíritu, y fue hecho jefe de ellos, y tuvo consigo como cuatrocientos hombres.”
No creo que en los tiempos que corren ningún siervo de Dios estaría dispuesto a formar una fuerza de tarea con gente de esta calaña: insolventes económicamente – principalmente insolventes económicamente considerando las demandas de dinero que tienen hoy los “ministerios -, tristes y encima amargados. A todas luces es un perfil bastante indeseable en la escala de valores que predomina en nuestro mundo evangélico.
Se pueden hacer varias lecturas de este fragmento. La favorita de los exégetas predecibles es alabar a David por su capacidad de transformar a esta gente en combatientes formidables, quizá porque esta lectura pone el foco en la genialidad del líder. Como es nuestra costumbre, aquí no haremos tal cosa.
Me quedo con la primera parte de la historia; lo que vino después es material de interés para los predicadores del éxito y, como ustedes bien saben, el éxito no me interesa en absoluto.
Siempre me sorprende la mala prensa que dan los maestros de la palabra a la gente que vive complicada y que aun así tiene ganas de meterse en alguna pelea. Si Dios hubiera usado la lógica profiláctica de los líderes actuales los hubiera mandado en primer lugar a hacer algún curso de consejería y de estrategias de liderazgo en lugar de permitirles ofrecerse a pelear por alguien tan poco probable como era el hijo de Isaí por esos días.
Me atrae mucho la idea que estar en deuda – puede ser no solamente económica -, tener tristeza o amargura, todo eso no sea visto por el Dios de David como una condición despreciable, a diferencia de la estimación que tendrían algunos “grandes” del pueblo cristiano, perfectos, exitosos, espirituales, maduros y estables.
Y me atrae simplemente porque aunque no me comparo con aquellos personajes que hicieron causa con David, hoy tengo harto pocas razones por las cuales sentirme emocional o espiritualmente equilibrado. No soy feliz ni mucho menos (aunque, como también saben, eso tampoco me interesa mucho) y sin embargo, por alguna causa extraña, me arden todavía las ganas de pelear algunas batallas antes de que se me apague la lámpara de la vida…

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