“Conseja: n. Relato fantástico que se cuenta como si hubiera sucedido en tiempos lejanos.”

La memoria más remota que tengo es haber abierto una caja de píldoras amarillas que creí que eran dulces y el enojo del tío Carlos por semejante descuido de mi mamá.
Me llevaron al hospital Arriarán y me clavaron una inmensa aguja en el pulmón izquierdo para drenar el líquido de la pleuresía. Me metí descalzo al mar en Cartagena cuando tenía cinco años, con trajecito café, camisa blanca y corbata; una ola me arrastró varios metros y se me llenó la boca de arena y agua salada. Cuando llovía, nos sentábamos alrededor del fuego en el poyo de la cocina rancha y la tía Ana nos contaba historias de aparecidos y mi mamá hacía tortillas de rescoldo.
La escuela estuvo revolucionada una semana porque un alumno de cuarto preparatoria dijo que había visto un hombre verde en la bodega donde apilaban los pupitres viejos. Nunca pude superar el dolor de tener que regresar al fin de las vacaciones en la casa de campo de la tía Carolina; en el tren escondía la cara en un revista y lloraba despacito para que mis papás y mis hermanos no cedieran cuenta. Mi hermana mayor me tenía como su favorito porque nunca la acusaba con mi mamá como hacía mi otro hermano.
El hermano Veas daba una patada en el suelo y gritaba: “¡Aleluya!”; yo temblaba de miedo y me ponía a llorar en la reunión del domingo en la noche porque la gente se iba a poner a danzar y todo se iba a poner raro y fuera de control. El tío Carlos le compró a la Myrtha una radio Splendid y escuchábamos “La tercera oreja” a las diez de la noche con la luz apagada y despacito porque mi mamá nos tenía prohibido oír radio ya que “eso no agradaba al Señor” (nunca entendí por qué al Señor le desagradaban tantas cosas).
Nos internamos una tarde entre los riscos y arroyos del Cajón del Maipo y descubrimos la Poza de la Gruta, el lugar más bello y exótico que recuerdo de toda mi vida – y eso que he visto muchos lugares bellos y exóticos en todos los días de los años de mi vida. Nunca pude explicarle a nadie la emoción que me produce la reverberación del sol del verano entre los árboles a las seis de la tarde.

(Este artículo ha sido especialmente escrito para la radio cristiana CVCLAVOZ)

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