La red social Facebook instituyó unos signos que permiten al usuario hacer saber a la audiencia su sentimiento respecto de una publicación: Me gusta, No me gusta. Reflexionemos en estos sentimientos expresados así: Que algo me guste o no me guste no significa que sea verdad; es simplemente una expresión emocional de complacencia o desagrado. Ambas calificaciones serían simplemente un inofensivo inventario de los efectos que un tema puede producir en el plano de los sentimientos.
Pero la época que vivimos es única. Como en ningún otro momento de la historia humana se ha cambiado pensamiento por sentimiento y verdad por opinión. Es uno de los más devastadores genocidios perpetrados por la masa: la destrucción a granel del pensamiento crítico. Si cierta publicación obtiene, digamos, 53.876 Me gusta en las siguientes 24 horas de su aparición en la red adquiere la apariencia de verdad, de hecho de la causa, de evidencia irrebatible. Es una estadística que refleja, a juicio de la clientela social, una verdad sociológica innegable.
Tal es la fuerza de la manito con el pulgar hacia arriba o hacia abajo, que un lector airado por los contenidos de cierto artículo mío escribió al pie del mismo: “¡Le quité el Me gusta a su página!”, enviándome así (a su parecer) al círculo final del infierno de La Divina Comedia. Me hace recordar a aquella gente que oía la radio cristiana de la cual yo era ejecutivo de Relaciones Públicas que “castigaba” a la emisora dejando de pagar su aporte de dinero mensual si colocaba música no agradable a sus oídos.
Si bien el calificativo que comento puede ser útil para graduar la relevancia o interés que cierta publicación tenga en la red, expone a sus usuarios a que un arrollador caudal de estupidez y banalidad se convierta en verdad sociológica por la cantidad de Me gusta que obtiene.
Una buena parte de lo que se encuentra en la red no merece un minuto de serio análisis. Es impresentable que una propuesta consistente, un argumento esmerado, un temperado ejercicio de la palabra quede al veleidoso arbitrio de un pulgar hacia arriba o hacia abajo y que la belleza de pensar y dialogar se vaya al tacho de la basura.

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