Un día particularmente frío, lunes feriado. Salimos a buscar un reparo en algún sitio de esta solitaria ciudad y tomar un café por lo menos. En el muro un lapidario grafitti grita en silencio lo que ya sabemos pero que preferimos no mentar: Morir es fácil.

Así, sin color, sin signos de exclamación, grave, nos interpela esta frase – irónicamente en la ciudad natal de Pablo Neruda, el poeta de la vida, de las cosas comunes, de los amores pedregosos y profundos.

Lo difícil es vivir. Navegamos entre ilusiones perdidas, realidades concretas, hallazgos desagradables, compromisos inevitables y esperanzas fallidas. La vida es renuente a prodigar sus dones. Se hace esperar. Coloca trabas, condiciones y políticas de uso en letra chica que como siempre uno no lee y cualquiera de estos días se revelan implacables y acusadoras.

Lo difícil es existir. Amontonar paulatinamente achaques, dolores articulares, romadizos y temblores de madrugada. Pasar la barrera de los sesenta años se torna un triunfo discreto y plomizo. Ver reducidas algunas facultades originales como el oído o la vista, batallar contra la gastritis y ciertas funciones vitales a las tres de la madrugada.

Lo difícil es resistir. El silencio es cada vez más escaso. Los televisores, las conversaciones a gritos y una música insoportable se ha adueñado de los cafés. El metro, antes impecable, ahora está atestado de ofertas de agua mineral, gangas a quinientos pesos, raperos insolentes premunidos de parlantes portátiles que critican a voz en cuello tu burguesa indolencia y tu tristeza ciudadana.

Lo difícil es coexistir. Vivir exige realidades sociales, experimentos comunicacionales, buenas maneras, cierto grado de apertura que mitigue la curiosidad pública. Rendir cuentas cada cierto tiempo para que quede establecida alguna integridad necesaria para el trabajo y las relaciones humanas indispensables.

Lo fácil es morir. Cualquier madrugada el corazón se resiste a continuar su armonía de sístoles y diástoles. Algún órgano colapsa porque en todas partes la vida te pasa factura de los momentos felices de la comida, de los deseos de la piel, de las bebidas fundamentales, del agite de las tareas cotidianas y de toda fugaz emoción. De pronto, el ritmo primitivo de aspirar y exhalar se detiene y de ahí en más nadie sabe: luces al final del túnel, verdes prados o una severa y ominosa oscuridad…

Efectivamente, morir es fácil.

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