El otoño es completamente mío. Tal vez sea tuyo también y de toda persona que siga siendo sorprendida por la brisa vespertina y las hojas que se alborotan a sus pasos.

El otoño es completamente mío. Tal vez sea tuyo también y de toda persona que encuentra los senderos de la poesía y la nostalgia entre la llovizna y la niebla.

El otoño, amigas y amigos, es nuestro si todavía somos capaces de detener el flujo exasperante de la ciudad y quedarnos un rato encantados con tanta nube que desenreda el sol a las cinco de la tarde o a las nueve de la mañana.

Las esclarecidas mentes seguro dirán que semejantes declaraciones no son más que pulsiones emocionales y que el otoño es definitivamente una etapa en el ciclo anual del sol y nada tiene que ver con los últimos grillos y golondrinas del verano.

Pero que eso no nos amilane, colegas del alma.

Que se queden ellos y ellas con sus maquinarias, sus estadísticas, sus algoritmos y sus trending topics. Lo esencial es invisible a las redes sociales. Lo fundamental todavía se trata de persona a persona, de piel a piel, de mirada a mirada.

El otoño es un rincón del mundo que tiene colores y luces capaces de construir un albergue para la manifestación de la tristeza creativa y del dolor productivo.

El que sabe entiende estas palabras. El que no es porque todavía se refugia en sus libros de autoayuda, sus teoremas de emergencia y las noticias de las nueve.

Sí, amigas y amigos. El otoño es fundamental. Es imprescindible con sus crepúsculos rosados y su estilete de hielo a las siete de la tarde.

Así que rescatemos algunos otoños inmortales de la boca de quienes saben más que nosotros, modestos artesanos del sentimiento (un poco terroristas también, la verdad sea dicha):

Aprovechemos el otoño antes de que el invierno nos escombre, entremos a codazos en la franja del sol y admiremos a los pájaros que emigran (Otoño, Mario Benedetti).

Hoy una mano de congoja llena de otoño el horizonte. Y hasta de mi alma caen hojas. Me decían: No tienes nada. No estás enfermo. Te parece. Era la hora de las espigas. El sol, ahora, convalece. (Mariposa de otoño, Pablo Neruda).

La tarde equivocada se vistió de frío. Detrás de los cristales turbios, todos los niños ven convertirse en pájaros un árbol amarillo. (Paisaje, Federico García Lorca).

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