Perforar las fronteras humanas, violentar los límites impuestos por la tradición, intervenir las convenciones y las costumbres a fin de promover libertad: hay una responsabilidad en ello, una sensibilidad que no se puede soslayar. No es cuestionar movido por una especie de comezón intelectual. No es una pose asumida para blasonar de contraventor. No es un pretexto para colocar palabras raras en la rutina de los conceptos.

Las palabras tienen que abrir camino. No hay ningún riesgo en los terrenos ya pronunciados y en los planos explicativos. Cualquiera puede llegar, en cualquier momento y a cualquier parte con GPS’s, diccionarios y wikipedias. La hora exige entrar en territorio virgen, penetrar mundos desconocidos porque esa es la verdadera hambre del alma de las criaturas humanas.

El mundo no puede ser nomás una granja, una factoría de productos estandarizados, una colonia establecida. Otros lenguajes son necesarios, otras nociones que traigan a la luz lo inédito, el enigma del tiempo. La mayoría cree que cuando el texto conmina a entender los tiempos está urgiendo a reconocer si estos son o no los tiempos finales de todas las cosas. Eso es un reduccionismo irresponsable. Entender el tiempo es explorar otras esferas donde pudiera entrar lo que no cabe ya en el discurso repetido, en la pedagogía predominante. La cotidianidad tiene que ser sacudida para que afloren otras preguntas o las repeticiones van a terminar no solamente alienándonos: nos vamos a morir de tedio. Es hora de lo otro, lo que no está explicado pero que se siente todas las horas sin que parezca haber nadie que abra una puerta para que entre otra luz.

Es hora de eso otro porque todas las cosas se han reducido a un juego de conceptos que se asemejan a ese diminuto talento que un administrador pusilánime envolvió en un pañuelito y lo escondió hasta que apareciera el dueño para entregárselo intacto, asegurado, sin riesgos y sin los peligros del crecimiento.

Acampar en lo conocido, dominar el limitado territorio de las cosas básicas para escapar de los avatares de la verdadera guerra, del conflicto real que estremece el mundo circundante hasta sus cimientos: esa es la tibia mentalidad que nos sofoca por todos lados.

Perforar los límites, como se pueda; afrontar el peligro de la libertad y del pensamiento para ser digno testigo de aquel que no reconoció límite alguno para poder abrazar a todo el mundo…

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