Reencontrarse con los vestigios de la propia vida: la hermana mayor, los nietos, los sobrinos, las hijas. No sólo revivir: también aprender. Darse cuenta. Comprender a la luz del tiempo nuevo las sorprendentes adquisiciones de la experiencia. Entender la pobre arrogancia de los argumentos construidos para explicar lo que uno hizo mal. Enterarse que había sentimientos y recuerdos que se habían diluido de la propia memoria y que eran tan importantes para los otros.

Recordar las instrucciones para preparar pan amasado, charquicán y cazuela de vacuno. Los viajes me enseñaron que esos mismos platos existen prácticamente en todos los países pero tienen otros nombres y variaciones menores. El oficio de preparar comida reduce distancias y recrea sensaciones que parecían olvidadas. Investigar nuevos usos para la albahaca, el comino, el orégano y el romero. Disfrutar el agrado con que las personas celebran esta artesanía de la cocina. Lavar ollas, platos sartenes y cubiertos con la sensación no sólo del deber cumplido sino de los sentimientos revisitados.

Repasar la historia común con las hijas y reconocer antiguas impresiones. Palpar emociones olvidadas y realizar nuevas alianzas. Profundizar en la dura materia del dolor y admitir que la vida al final es como es y no como hubiéramos querido. Resolver los enigmas que propusieron el tiempo y la distancia; como me escribió mi amigo Carlos en un mensaje de texto, “recuperar y resignificar las memorias entre el chantaje y la oportunidad”.

Construir algunos puentes hacia territorios que habían sido vedados. Las costumbres y las fronteras. Rituales desconocidos para la amistad. Formas de celebrar aniversarios y recordaciones. Hallar nuevos significados para viejos ritos y palabras. Entender que en esos otros espacios la gente maneja el dolor y la esperanza con tanto o mejor oficio que nosotros mismos. Reconocer antiguas verdades en diálogos y relatos inesperados.

En fin, recuperar cosas y deshacerse de otras. Afirmar antiguas percepciones y desechar viejas creencias. Lo nuevo se presenta como un universo para explorar. Son esas ganas permanentes de entrar en el mundo de los otros sin prejuicios ni salvaguardas pero que con los años se van reduciendo a fuerza de decepciones y malos tratos. Hay tanto por saber y tan poco tiempo que queda.

Alguien me recordó hace unos días la plegaria de una niña que decía: “Dios, te pido que los malos se vuelvan buenos y que los buenos se vuelvan simpáticos.”

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