Recientemente, conversaba con el ministro eclesiástico Danny Morales  acerca del perdón.  En el conversatorio con él, yo preguntaba acerca del proceso para vivir perdonado y sin culpa por los errores cometidos en el pasado.  Su respuesta, coincidió en que para disfrutar de la paz, debemos  ir confiadamente en devoción a la presencia de Dios y aceptar su perdón perpetuo.  Incluso en el libro de Hebreos 11:6 dice  “De hecho, sin fe es imposible agradar a Dios.  Todo el que desee acercarse a Dios debe creer que él existe y que él recompensa a los que lo buscan con sinceridad” (NTV).

Que tal si leemos esta breve historia…

El rey Jorge III de Inglaterra fue singular en muchas de sus acciones.  Visitando una vez los establos reales, conoció a uno de los mozos que cuidaban de los caballos, y agradó al rey el muchacho por su continente simpático y buenas maneras, por lo cual mereció el favor real.  Pero el tiempo de tentación no tardó en presentarse y el pobre joven cayó en desgracia.  Había robado un poco de avena de los graneros reales, y habiéndose comprobado su delito, fue despedido de su empleo.  Poco tiempo después volvió el rey a visitar los establos y observando que el joven no se hallaba presente, preguntó por él.  Uno de los mozos, sin querer revelar al rey la verdad de los hechos, meramente contestó  que había renunciado al empleo.  Pero el rey, sospechando  que algo había ocurrido, llamó al jefe de los establos y le preguntó por el muchacho. He despedido al mozo, respondió aquél.¿Por qué razón?, preguntó el rey.Porque fue descubierto hurtando avena de uno de los granero.

El rey sintió mucho que el joven hubiese caído en tal desgracia, pero al mismo tiempo, movido a compasión, ordenó que inmediatamente fueran a buscar al muchacho y lo trajeran a su presencia.   La orden fue obedecida al instante, y el pobre muchacho, todo avergonzado, no tardó en hallarse en presencia del rey. ¡Oh qué escena fue ésta!  Cara a cara con el Soberano Británico se hallaba el joven, convicto de robo.  “Bien, hijo mío”, dijo su Majestad, al ver ante sí al muchacho que estaba pálido y tembloroso, sin saber lo que le esperaba.  ¿“Es verdad lo que me han dicho de ti?  El muchacho no podía mirar al rey, sino que, con su cabeza inclinada, su única respuesta fue un torrente de lágrimas.  No podía pronunciar palabra por que se reconocía culpable, no tenía excusa.  El rey, al ver que  su protegido estaba verdaderamente arrepentido de su pecado, le habló del mal que había hecho, no solamente tomando lo que no era de él, sino abusando de la confianza depositada en él.  Después de esto, el rey puso su mano sobre la cabeza del muchacho, y le dijo, “Te perdono”.  Volviéndose al jefe de los establos le ordenó que el mozo fuera repuesto inmediatamente en el empleo que tenía antes.  Cuanto gozo debió sentir el corazón del muchacho al oír pronunciar al rey las palabras ‘Te perdono”.

Al salir su Majestad de las caballerizas, intencionalmente volvió a ver a cada uno de los mozos  que estaban presentes, y hablando en voz alta de modo que todos pudieran oírle, se dirigió al muchacho y le dijo “Si alguno te dice palabra alguna sobre la avena, avísame”.  Esto era una doble seguridad para el muchacho.  No solamente había sido perdonado públicamente,  sino que nadie podía recordarle ni hablar más de su pecado.  Debían olvidarse para siempre, ¿porque quién incurriría en el desagrado del rey?

De la misma manera, todo ser humano que admite su culpabilidad de pecado y mira sólo al Señor Jesucristo, tiene “Redención por su sangre, el perdón de pecados” (Col 1:16).  Además tiene la seguridad de la palabra eterna, que dice ¿“Quien acusará a los escogidos de Dios”?   ¿Será el Dios que justifica? ¡No! ¿Será el Dios que murió? ¡No! (Rom 8:33).  (fuente  Casa Publicaciones Bautistas)

Finalmente deseo preguntarte si, ¿seguiremos viviendo bajo la acusación de nuestra consciencia? ¿Será más valiosa la crítica y opinión de aquellos, que se empeñan en recordarnos el mal que hicimos?

Entonces, por favor… ¡PERDONATE YA!

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¡Lo mejor de la vida para ti y los tuyos!

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