(Cualquier semejanza con la vida real es completamente intencional)

Los vigilantes ejercen impecablemente su magisterio en el perímetro de las instituciones. Tienen sus agentes en medio de las asambleas. Sus diligentes comisarios están atentos a la gramática de los discursos y el tono de las conversaciones. Sus censores revisan cuidadosamente posteos y publicaciones sociales. Itinerarios, agendas, tiempo libre y amistades son objeto de minucioso escrutinio.

¿Cuál es el motivo de tan intensas actividades? Proteger el poder reinante. Asegurar larga vida a las instituciones. Conservar la solidez de la estructura. Proteger los sólidos intereses materiales, la fama y el prestigio de los dirigentes. Fortalecer la línea de mando.

Para justificar su tarea, los vigilantes invocan entre otras cosas los sagrados postulados constituyentes, el bienestar de la mayoría, el orden establecido, la tradición, el sentido común, la paz y la estabilidad. Se declaran protectores de la verdad, defensores de la libertad, paladines de la justicia, guardianes del saber, garantes del correcto conocimiento de las cosas.

Serán los llamados a negociar, en primera instancia, con los disidentes. Citarán a los extraviados a sus solemnes tribunales y procederán a la delicada tarea de persuadirlos a que abandonen sus peligrosas posturas. La institución los necesita, les dirán. Es verdad, los líderes son siempre un poco rebeldes y la institución será fortalecida con esa pasión. Pero deben entender que hay que cuidar algunas cosas muy importantes. Hay que usar siempre un tono respetuoso. Hay que observar los estatutos, las leyes fundamentales que dan sentido y dirección a la institución. Y, muy importante, tienen que entender que la mayoría de las personas está contenta con el actual estado de cosas; ¿para qué perturbarles con ideas que a lo mejor ni siquiera entienden? El mucho pensar no es tan bueno hay veces…

Si los rebeldes son persuadidos, se habrá ganado una batalla más a favor del status quo y los vigilantes pueden regresar satisfechos a sus labores habituales. Pero si persiste el clima de disidencia, los vigilantes deberán mezclarse con la inmensa mayoría a fin de advertirles que un peligro se cierne sobre la institución y que deben evitar el contacto con los provocadores. Casi siempre los vigilantes ganan y la institución permanece.

Pero si la institución llega a estar realmente en peligro, medidas de mayor contundencia son requeridas y para entonces ya no son los vigilantes quienes se harán cargo. Para estas ocasiones, las instituciones tienen sofisticados y complejos sistemas de eliminación.

Es cuestión de mirar a la Historia…

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