Leí que el dinero radicado en paraísos fiscales alcanza aproximadamente la suma de 7,2 billones de dólares. Digámoslo de otro modo: siete mil doscientos millones de millones de dólares. Un paraíso fiscal es un lugar donde se radica dinero que no se desea declarar en el país de origen a fin de evadir impuestos. Allí no te preguntan cómo obtuviste ese dinero ni por qué quieres guardarlo ahí. Un verde paraíso…
Es imposible figurarnos cuánto dinero es 7,2 billones de dólares. Tal vez se pueda imaginar uno los planes de mejoramiento de la vivienda, de la educación, de la salud, del salario de los empleados y de infraestructura que sería posible realizar en aquellos países donde el ingreso de la mayoría es insuficiente para garantizar una calidad de vida decente.
Alguien me quiso explicar el tema diciendo que los empresarios y dirigentes hacían esto porque de pagar ese dinero localmente los funcionarios igual se lo robarían, lo cual es cierto en la mayoría de nuestros países. Es decir “lo robamos nosotros en lugar que se le roben ellos” (el argumento se desinfla un poco cuando uno lee que lo mismo hacen los grandes empresarios en países ricos). Así que la gente común pierde por ambos lados. El dinero que ayudaría a mejorar la vida se va a los paraísos fiscales. Y si se queda, se lo roban los honorables congresistas y los funcionarios del régimen.
Hay una cantidad y una variedad asombrosa de trucos diseñados por asesores jurídicos y contables para esquivar el pago de impuestos y derechos al fisco. Algunos son tan complejos que los jueces designados para investigarlos se ven simplemente sobrepasados por la maraña de conexiones, protecciones y trampas caza bobos para esquivar el ya bastante dudoso largo brazo de la ley. Sin mencionar todavía los inmensos montos de dinero destinados a sobornar mandatarios, legisladores, magistrados, policías y otros funcionarios para que hagan la vista gorda y/o allanen el camino para la fuga de capitales.
El factor humano presente en estas operaciones diluye la esperanza de justicia y castigo a sus ejecutores. La codicia, la posibilidad de enriquecerse rápidamente protegido por la sombra del poder conferido por el cargo garantiza la supervivencia de esta cultura de corrupción. Erradicarla es virtualmente imposible.
Mi mamá solía atribuir los problemas de la vida al enemigo. Cada día que pasa le voy encontrando más razón…

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