Un periodista escribe sobre tragedias humanas (desapariciones, asesinatos, incendios). Se rehúsa a poner su columna en redes sociales o en el sitio web del periódico. Su audiencia es aquella que todavía lee el diario de papel.

Una joven se acerca a él en una fiesta que ofrece el dueño del grupo editorial e ironiza sobre tan rara costumbre: “Todavía crees que hay gente a la que le agrada el papel y el olor de la tinta. Ya nadie lee periódicos. Además, escribes como un anciano”, concluye con una sonrisa. El se ríe y entablan una relación que luego entra en terrenos más escabrosos.

Este es el pasaje de una película que terminé de ver anoche. Me quedo pensando en este periodista escritor y solidarizo con él – en parte al menos. Mis artículos ya no salen en papel sino en este espacio virtual y en un canal de YouTube en forma de audios, pero pienso, escribo y argumento desde un universo clásico.

Mis podcasts en YouTube se inician con un fragmento de “La primavera” de Vivaldi y tienen un formato extremadamente simple: introducción, palabras habladas y una salida casi idéntica al principio. Aunque lentamente han aumentado los suscriptores ha bajado la cantidad de lecturas; deduzco que los primeros suscriptores ya no los están oyendo.

Pedí la opinión de amigas y amigos sobre el tema y todos coinciden en que se necesita una urgente actualización: otros sonidos, imágenes ojalá en movimiento, conexión con alguna red social, más dinámica audiovisual, hashtags inteligentes.

Me voy a la cama abrumado. Pienso en lo que tendría que hacer para renovar ese espacio. Más tarde en la noche alguien me llama y me dice que su mamá escucha todos mis audios porque ella es una persona que prefiere escuchar. Me consuelo un poco pensando en ese público.

Luego considero los temas que abordo, el lenguaje que uso y las cosas empeoran en mi cabeza: no se ajustan al criterio vertiginoso del mundo virtual. Me imagino a los chicos y chicas diciendo como la joven de la película: Escribes como un anciano.

Así que aquí me ve usted, en el cruce de dos caminos. Renovarme o aceptar que mi audiencia será siempre reducida aunque fiel al estilo del hablante. Y consolarme además con eso de que las cuestiones fundamentales de la vida no tienen formato ni embalaje temporal. Son permanentes.

Pero no hay duda que algunas modificaciones habrá que hacer…

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