¡Ay! ¡Juguemos, hijo mío, a la reina con el rey!
Este verde campo es tuyo. ¿De quién más podría ser?
Las oleadas de alfalfas para ti se han de mecer.
Este valle es todo tuyo. ¿De quién más podría ser?
Para que los disfrutemos los pomares se hacen miel.

Los primeros versos del poema “Canción amarga” de Gabriela Mistral se quedaron en mí cuando tenía ocho años y lo recité completo frente a toda la escuela formada en el patio principal en el tradicional acto del lunes. El poema todo no lo podía recordar, excepto esas primeras líneas, hasta esta noche que encuentro las Poesías Completas en la biblioteca de mi hija.
La señorita Ruth me hizo memorizar muchos de los versos escolares de Gabriela: Madrecita mía, madrecita tierna, déjame decirte dulzuras extremas, Piececitos de niño, azulosos de frío, ¡cómo os ven y no os cubren, Dios mío!, Madre, cuando sea grande, ¡ay, qué mozo el que tendrás! Era su recitador favorito de esos poemas cuando estaba en tercer grado.
Pasó el tiempo y fui descubriendo que la ternura filial era un producto más bien ausente de mi historia personal y lo de los poemas nada más la evocación nostálgica de un nunca jamás. Me fui alejando de esa palabra sublime y me metí en la trama material de los versos de Pablo Neruda. Su poesía de carne y sangre, de violencia y de maestría de palabras se acercaba más a la compleja trama de mis días y me alejaba de quienes veían en su creación una influencia inapropiada para mis credenciales ministeriales.
De tanto en tanto sin embargo se quiere enjuagar uno de la polvareda del tiempo, aliviar la carga a veces extrema de la inadecuación y el desacomodo que significa decir lo que no es para hoy o lo que me preguntó Sara el otro día: “Pero la gente, ¿te entenderá todo eso que dices…?” Entonces, releer “Los tiradores de rifle” de Mayne Reid o refrescarse en las palabras casi ingenuas de los poemas escolares de la Mistral se hace quietud, rememora el aroma de la esperanza que, aunque improbable, es bella como siempre.
Por qué esa pulsión hacia atrás, esa inclinación retro es materia de estudio de la gerontología, me dicen. Yo, que me juego más por las palabras llanas a la hora de las realidades personales, entiendo que no es más que el indicio inequívoco de la demencia senil.

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