Sueños inconclusos. Anhelos secretos. Reacciones inevitables cuando en estos días de fiesta todos esperan regalos. Pretensiones inesperadas. Picardías inocentes. Buenos deseos, a fin de cuentas…

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Tener menos para vivir más. Sentirme bien con más frecuencia. Que deshaga el surco profundo que tengo en la frente. Que haya menos ruido. Cortarle el cuarenta a la mala onda. Ser un viejo simpático (y no lo otro). Que algún día pueda tomar una taza de café Kopi Luwak.

Amar la vida desesperadamente, pero estar dispuesto a dejarla ir. Que haya menos teléfonos. Más conversaciones en persona. Que se me nombre embajador en el país de Nunca Jamás. Escribir una novela pero no publicarla nunca. Volar en parapente. Volver a ver a la Hilda Toledo, a quien le envié una carta de amor hace cincuenta y un años.

Que en el amor sí me sea indiferente. Cultivar un jardín con buganvillas, lavandas, violetas y glicinas. Ir en tren a Puerto Montt. Que siempre haya alguien que me lleve en auto, aunque sea en el asiento de atrás. Reducir aún más mi equipaje.

Que el río y la montaña no me sean indiferentes. Que sea posible detener la atrocidad de las ciudades. Recordar cómo era dibujar con lápiz Faber 2B y tocar el piano. No olvidar nunca el olor de los pinos, los eucaliptus y la tierra mojada después de la lluvia.

Entender el mensaje cuando la muerte me coquetee. Que no lloren por mí los que me quieren (los que no me quieren seguro que no van a llorar). Que nunca falte el viento… ni el vino. Que disponga de un buen bálsamo para aquellos a quienes herí (no se me ocurre qué pedir para los que me hirieron). Que los olvidos sean únicamente los imprescindibles. Que no me duela el tiempo.

Que ame los libros y las palabras hasta el final.

Que me perdonen mis amigos estas referencias a la muerte y al final. Después de todo, como alguien dijo, los días pasan demasiado lento y los años pasan volando.

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