Leí hace unos días la columna de un periodista chileno que acaba de visitar Buenos Aires. Cuenta el autor que un taxista le dijo algo como: “Ustedes los chilenos están peor que nosotros.” Y le citó varios de los casos más bullados de corrupción descubiertos recientemente, la huelga de los estudiantes y los profesores, el volcán, el terremoto y las inundaciones del norte.

Teníamos un chiste interno con el equipo con el cual colaboro en Argentina ya por algunos años. Yo solía decir: “Esto no pasa en Chile,” en alusión a las cosas que solían ser nuestro orgullo nacional: el orden, el progreso económico, los bajos índices de corrupción y algunos otros aspectos de la vida ciudadana. Estoy terminando unos días de visita a mi país y constato desde la perspectiva del ciudadano común no especializado que están pasando cosas en Chile que nos remiten a la realidad común de los problemas políticos, sociales y económicos de la región. No es que nunca haya habido tales problemas. Es que parecía que había ciertas condiciones que ponían a la nación delante de sus pares en varias competencias.

Tal vez una de las cosas aprendidas en este proceso de vivir en dos naciones casi al mismo tiempo es que las comparaciones son frecuentemente inexactas y a veces simplemente odiosas. “En todas partes se cuecen habas” es un refrán que tiene algo de cínico pero mucho de verdad. La condición humana, especialmente en las esferas del poder político y económico, no reconoce fronteras para bien o para mal. Esto no es un consuelo a ultranza sino una sobria llamada de atención sobre la impropiedad de los nacionalismos chauvinistas, esa tendencia a mirar más a lo que nos separa que a lo que nos une y nos acerca.

De todas maneras, vistas desde adentro, las cosas que están sucediendo en mi país me entristecen más allá de los sentimientos y los afectos que naturalmente uno tiene con lo propio. Como en todos los procesos sociales y políticos que viven los pueblos, siempre hay algo que se gana y algo que se pierde. Lo triste es que frecuentemente lo que se pierde es bueno y no se recupera jamás. Y lo malo viene a instalarse como lugar común en la conducta y la conciencia de la gente.

Esto también pasa aquí. Nada de qué sorprenderse en realidad…

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