Fue – como siempre – hace muchos años. Nuestro “grupo de jóvenes” predicaba en un parque llamado Quinta Normal. El hermano Aguilera, que ya no era tan joven, se dirigía a la audiencia que solía juntarse a escuchar: estaba aludiendo a la angustia del tiempo presente y la necesidad de buscar a Dios.

En un momento se vuelve hacia mí para preguntarme, siempre en voz alta: “¿Cuál es la palabra que estoy buscando aquí, hermano Benjamín…?” Yo, que seguía atento su mensaje, respondí presto: “¡Tedio!”

Ya en aquellos días, tan lejanos, el aburrimiento se estaba convirtiendo en un signo de los tiempos.

Lo recordé a raíz de lo siguiente que leí en el diario algún fin de semana:

Bajo el peso del tedio. La industria del entretenimiento crece pero sobran los aburridos. Una sociedad hiperestimulada, que procura la diversión constante, genera paradójicamente un aburrimiento que surge de una atención flotante y de la falta de sentido personal”

Entonces, me acordé también de estas otras palabras:

“He aquí que esta fue la maldad de Sodoma tu hermana: soberbia, saciedad de pan, y abundancia de ociosidad tuvieron ella y sus hijas; y no fortaleció la mano del afligido y del menesteroso.” (Ezequiel 16:49)

Para el tedio hay que tener tiempo. Es imposible aburrirse cuando uno está atareado u obligado a cumplir con las exigencias de la vida o cuando se está ayudando a los demás.

Lo de la abundancia de pan es relativo porque hay mucha gente que no dispone de eso. Pero digamos, como hipótesis de trabajo, que hay hartura de comida, soberbia y mucho tiempo para flipear canales o jugar horas enteras frente a la pantalla.

Noten que una de las consecuencias de esta condición es no haber fortalecido la mano del afligido y del menesteroso. Es decir, el que está oprimido o angustiado y el pobre.

El aburrimiento no es sólo una expresión de abundancia o de una obsesión por el propio bienestar emocional. También revela la pérdida de la solidaridad o del interés en lo otro, en lo que está fuera de nuestro círculo vital.

Novecientos canales de cable, millares de películas on demand, toda clase de plataformas de juego virtual, videos y redes sociales. Papas fritas, popcorn, sodas o helado. Horas y horas. La mezcla perfecta para aburrirse hasta la náusea y olvidarse del sufrimiento y la necesidad ajena.

Como dice el diario: Falta de sentido personal.

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