Todavía hay libros. Trescientos o cuatrocientos mil nuevos títulos se imprimen cada año en el mundo. Todavía hay quienes se pierden en la seducción de la palabra en el papel y recuperan aunque sea por unos instantes la cordura ausente y la imaginación para esquivar así la locura enervante de aplicaciones y mensajes virtuales. Todavía hay libros viejos que se vuelven a leer y rescatan para uno el valor permanente de la memoria.
Todavía hay conversaciones cara a cara sin teléfonos encendidos ni miradas disimuladas al aparato mientras se habla. Todavía hay confidencias, confesiones, dramas y pequeñas alegrías charladas cuando se toma café en la cocina. Todavía existe la irremplazable bendición de hablar y escuchar en persona.
Todavía hay correos electrónicos, la última expresión de las cartas antiguas, donde uno puede meditar un poco lo que se ha leído y responder sin urgencias ni rayitas azules que acusan y fuerzan a responder lo primero que puedas pergeñar en tu cabeza. Todavía hay tiempo para reposar en una frase feliz o para crear una imagen lenta y profunda sólo por el gusto de leer al otro.


Todavía están las montañas, las nubes, el viento, el sol. Todavía hay el verde matizado, la niebla de las mañanas, el rumor del río, los pájaros, los algarrobos, los helechos, la alfombra olorosa del pasto mojado. Todavía uno se puede escapar de la ciudad, de su asfalto y de su cemento gris, escaparse de sus ruidos inmisericordes y de su agitación demencial. Todavía hay algún sitio debajo de los sauces, un risco donde observar la lenta manifestación de la luz, un arroyito entre las piedras y descansar de la letanía de los días iguales.


Todavía tenemos espacios de soledad para escondernos de las demandas de los teléfonos, huir del ruido de la televisión, apartarse de las conversaciones estridentes y las risas sin asunto, refugiarse y poder pensar un poco sin la presión de la presencia. Todavía hay, por lo menos, el patiecito minúsculo detrás de la cocina donde sentarse a esperar que descienda el ritmo de los latidos, para reconocerse de nuevo como alguien singular, para tomar conciencia del cuerpo, de la patente humanidad.
Todavía…

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