Nada nuevo bajo el sol.

Esta antigua noción desafía frontalmente la idea que tiene la gente respecto del cambio tecnológico y cultural que caracteriza a nuestra era. Domina en el imaginario colectivo la percepción de que vivimos una época sin igual en la historia humana. Crece la ansiedad por estar al día. Nos afanamos por comprender el manejo de aparatos y dispositivos. Nos sumergimos en el universo virtual para recapturar el encanto perdido de la comunicación real. Participamos en cursos y seminarios orientados a transformar la conducta y desarrollar altos estándares de productividad y liderazgo. Nos informamos de las tendencias culturales y las seguimos fervientemente para sentirnos incluidos.

No es de sorprenderse por qué estamos tan estresados. Por qué nos sentimos tan desajustados. Tan perdidos respecto de qué es lo que realmente queremos hacer con nuestras vidas y con nuestro futuro. Nunca jamás hubo tanta información que afectara nuestros sentidos. Jamás nos sentimos tan interpelados para hacer esto o aquello a fin de estar dentro, porque estar fuera es de perdedores.

Por supuesto, para profesionales del comportamiento humano, gurús, maestros de todas las categorías imaginables, artistas populares, ídolos y celebridades, estos son buenos tiempos. Que alguien ponga un poco de orden, que ofrezca alguna certeza, que garantice algo por lo menos; para ellos, mucha tribuna y excelentes honorarios.

Urge una mirada retrospectiva, sin duda. Que busquemos algo de perspectiva en medio de este atosigante presente de imágenes, alaridos publicitarios, últimos gritos de la moda y siempre cambiantes tendencias sociales.

Habría, me parece, que regresar a las cuestiones fundamentales de la existencia, que se encuentran en el imaginario humano desde los albores de la vida. Todas las civilizaciones han tenido códigos que buscan interpretar las relaciones humanas y a pesar del tiempo y la distancia entre ellas, se encuentran asombrosas similitudes. Estas semejanzas aluden a lo que intentamos decir en esta nota: el hombre es idéntico a sí mismo desde que apareció en la faz de la tierra. No importa cuánto hayan cambiado las condiciones externas, la economía, la cultura y la tecnología. Frente a las presiones de la vida, será siempre el mismo y responderá siempre la misma manera: con grandeza o con maldad.

Alzar un poco la mirada del asfixiante momento, reposarla en la pradera del tiempo y refrescarse con la memoria de que no hay nada nuevo bajo el sol: una buena recomendación para no desesperar.

(Este artículo ha sido escrito especialmente para la radio cristiana CVCLAVOZ)

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