Las cuatro de la mañana. Salió a caminar por las calles desiertas a ver si le hacía el quite al insomnio. Odiaba las pastillas. Afuera, un presagio de tormenta en el viento caliente y desordenado. Jeans desteñidos, remera, camisa abierta con el cuello levantado, zapatos de color indefinido.

En el café de la esquina, los mozos apilaban y guardaban las mesas de la vereda. Tres o cuatro parroquianos demoraban un poco el último café. Un solo taxi aguardando por la carrera que cerraría una noche floja y desabrida.

Pensaba en los otros días. Lejanos. Giró la calesita de la memoria. La pareció alucinar: complacientes rutinas hogareñas, giras nacionales, vuelos a lugares remotos, documentos, editoriales, el trabajo, la oficina. El aparentemente plácido transcurrir de los días en que todo parecía estar donde debía. Los saludos y las reverencias, las palabras apasionadas, las nutridas asambleas, las reuniones estratégicas para implementar la conquista de los territorios oscuros. La victoria estaba tan cerca y él sería parte del contingente llamado a escribir esa historia.

Lo detuvo en la esquina de la plaza el flash alucinante de la ruptura madre de todas las rupturas. El desarme de todos los discursos. El estrepitoso derrumbe de las convicciones. El terror del extrañamiento y la soledad destrozando para siempre las preciadas intimidades y la salud del cuerpo.

Prometeo robando el fuego de los dioses. Los azules caballeros del orden dictando detallada sentencia. La aplicación del exilio a destiempo – hacía rato que él estaba lejos… Así lo quiso. No le preguntó a nadie. Era la hora del lobo. El desborde salvaje de tanta pregunta sin respuesta, de todas las broncas acumuladas, de la agotada palabra sin destino.

Estalló la tormenta. La lluvia pesada, los goterones feroces que barren la planicie y que alborotan la ciudad. Volvió a caminar. Se dejó empapar hasta el alma y también se desbordó. También fue tormenta en sus ojos miopes.

Cuando el vendaval terminó, le rodeó un silencio húmedo y pausado. Suspiró aliviado. Hizo el camino de vuelta a casa. Le vino al pensamiento que la libertad no es una dama fácil. Se hace pagar un precio inmenso. A veces incluso más cruel que doloroso. Pero ya le había abonado tres cuartas partes del total. El monto restante, eso sí, le iba a costar casi tanto como lo que ya había pagado. Es que el tiempo ya le había avisado que pasaría a cobrar su propia boleta.

Esto es pura ficción. Cualquier semejanza con la realidad, sin embargo, es completamente intencional…

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