“¿Vale Roma la vida de un hombre? Una vez lo creímos. Devuélvannos esa fe.” Así encara la princesa Lucila a los senadores de Roma, de pie ante el cuerpo caído de Máximo en la película “Gladiador.” Con la muerte de Cómodo finalizaba un período de desorden, despilfarro y corrupción y se abría la posibilidad de algo distinto. ¿Valen hoy nuestros países la vida de mujeres y hombres? Así lo creíamos porque no fueron pocas las muertes que costó el nacimiento de nuestras naciones.
Pero con el tiempo la sociedad fue haciéndose más y más presa del pillaje de los poderosos de todos los sectores políticos, económicos y sociales. El crimen, la violencia en la familia y fuera de ella contra mujeres y niños, la explotación de los extranjeros, la marginación de que son víctimas más y más personas, el narcotráfico, la trata de personas y el terrorismo entre otras cosas, son el caldo de cultivo para la destrucción finalmente irreversible de cualquier sociedad.
Se dice que a grandes males, grandes remedios, porque no parece haber soluciones suaves para el actual orden de cosas. Y lo que es más desalentador: no parece haber un cambio a la vista. El discurso de la democracia, la república, la nación, la inmensa mayoría, la política de los acuerdos, todo ello no son más que recursos de la demagogia a la hora de las votaciones. Como se ha dicho tan bien, todo cambia un poco para que todo siga igual. Incluso la vida de personas asesinadas no conmueve la apatía de la gente, embotada por los medios sociales, la urgencia del consumo y su lucha por la supervivencia en un mundo cada vez más hostil.
Los perpetradores de los males descritos están sin freno, la justicia está diluida en sus fundamentos por la misma maldad y la sociedad entera termina siendo rehén de esas fuerzas arrolladoras.
Lo que elegimos la mayoría de nosotros es encerrarnos aún más en nuestro mundo y en nuestros cosas con la esperanza que algún día “algo” cambie las cosas. Algunos incluso anhelan aquella redención final y escaparse a los cielos sin importar la pelota que quede aquí abajo.
Lo otro sería asociarse, organizarse e intervenir en la historia agresivamente (con todas las posibles implicaciones que dicha palabra puede tener) y devolvernos a nosotros mismos la fe de que la vida no es un precio irrisorio para transformar la realidad.

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