Creo haber contado aquí de una niña que antes de dormirse decía sus plegarias y terminaba siempre de esta manera: “Dios, te pido que los malos se conviertan en buenos y los buenos se conviertan en simpáticos.” No sé por qué se me hace la idea que había leído acerca de aquellos señores del tiempo antiguo que decían a sus contemporáneos: “Quédate donde estás, no te acerques a mí, porque soy más santo que tú…”
Es esta vieja cuestión de las palabras y los hechos. Este discurso tan querido por políticos y dirigentes de iglesia, que blasona de la integridad y la conducta intachable, se ve desmentido no pocas veces por acciones públicas y privadas que reflejan algo completamente distinto. La verdad es que no sería un drama mayor si tuvieran estos personajes la humildad de admitir sus falencias y aún alejarse temporal o definitivamente de sus funciones si la situación lo amerita. Eso aliviaría en buena medida la frustración de los afectados. Sin embargo no es así. Ellos insisten en mostrarse “buenos y bonitos” profundizando con ello el fastidio y el cansancio de la gente por esta clase dirigente.
La plegaria de la niña hace referencia a esa inclinación de algunos “buenos” a ser poco agradables en su trato con las personas que ellos consideran distintas o contrarias a sus creencias y costumbres. Son los que eligen ser buenos pero no bonitos. A ellos les agrada sobremanera lanzar anatema sobre los males del mundo, recordarle a todos los juicios terribles que vendrán sobre los que no tengan el privilegio de ser raptados antes del fin de todas las cosas.
Hace tiempo, cuando todavía tenía la inocencia de “la comunidad”, enseñaba a mis alumnos a practicar una suerte de santidad sonriente. Sonrío – no de santidad – al recordar aquellos días. Intentaba transmitirles la idea que estar entre la gente y contribuir a mejorar, a hacer más agradables sus días de algún modo, eso era algo santo. Sentarse a la mesa con los que pensaban distinto, hacer preguntas, ayudar sin la presión de la evangelización compulsiva, compartir los dolores y las alegrías de los otros, promover la justicia y la paz en medio de los problemas humanos y no desde retirados y serenos cuartos de oración, eso – pensaba yo – era algo bueno… y bonito.
La comunidad tenía otras ocupaciones. Convertirse en simpáticos no era una de ellas. Así que me fui.

(Este artículo ha sido especialmente escrito para la radio cristiana CVCLAVOZ)

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