“Hágannos dioses que vayan delante de nosotros.”
Dígannos lo que hacer. Tenemos miedo. No queremos tener hambre. No queremos tener sed. No queremos morir. No queremos saber. No queremos pensar cosas difíciles. Cuéntennos cosas agradables. Muéstrennos futuros promisorios. Queremos que nos vaya bien. Queremos un buen pasar. No queremos pelear ninguna guerra. Asegúrennos nuestras inversiones. Provéannos lo que necesitamos, todos los días. Nos hace falta una figura a la que mirar. Invéntenla si es necesario pero queremos a alguien que nos conduzca.
Entonces se concertaron los consejeros de la mesa chica, los asesores de imagen, los publicistas y los medios masivos para construir salvadores o salvadoras para el rebaño asustado. Les atribuyeron títulos, crearon emotivas historias familiares, les dotaron de diplomas imaginarios, escribieron crónicas de grandes hazañas, les dieron un nombre, una plataforma, un partido, una denominación, una facción, lo que fuera para galvanizar los sentidos del pueblo atemorizado.
Invirtieron enormes sumas en videos y audios promocionales, cantos institucionales, desfiles, globos y banderas. Escribieron discursos encendidos, contrataron espacios de radio y televisión, coparon las calles y avenidas con letreros y consignas. Inventaron enemigos internos y externos, señalaron traidores, dividieron las aguas, colocaron funcionarios claves en posiciones estratégicas. Construyeron un idioma, inventaron palabras, rebautizaron antiguos conceptos y se apropiaron de sus significados para siempre.
Hicieron alianzas, destruyeron antiguas coaliciones y escribieron de nuevo la historia. Anunciaron con grandes titulares la segunda independencia, la salvación definitiva, el fin de las viejas tradiciones, el mundo nuevo, la dinastía de los mil años. Formularon planes quinquenales, diseñaron proyectos formidables, construyeron represas gigantescas, aeropuertos colosales e inmensos desarrollos industriales.
Y como los dioses no mueren los diligentes asesores tejieron la historia sin fin de la sucesión y la continuación del proyecto. La maquinaria de la propaganda trabajó sin interrupción, organizó las exequias, alabó las innumerables virtudes del dios que fue y las del nuevo dios porque cuando el dios ha muerto viva el dios.
Las cosas nunca cambiaron mucho para la inmensa mayoría pero al menos hubo orgullo colectivo, una saga que contar, una memoria que exaltar, un norte al que mirar porque las generaciones condenadas al miedo no tienen una segunda oportunidad sobre la tierra…

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