A propósito de Del acto de pensar, artículo publicado esta semana aquí, quisiera explorar algunas ideas sobre la forma en que la mayoría de los cristianos lee la Biblia. No, no estoy rompiendo el voto autoimpuesto de no reflexionar sobre textos bíblicos. Me propongo hacer unas observaciones sobre las metodologías que comúnmente se usan para la lectura.
Hay quienes antes de salir a sus quehaceres leen unos versículos devocionales – de los Salmos, por ejemplo. Antes se usaba el libro, hoy el teléfono. Otras personas leen solamente los versos que el predicador va a desarrollar en el mensaje central de la iglesia el domingo a la mañana o a la noche. Yo solía hace muchos años atrás memorizar un versículo diario hasta que me di cuenta que igual me los iba olvidando al pasar de los días. Otras personas la leen según un cronograma que permite completarla en un año. Y por último hay quienes leen los pasajes necesarios para hacer las tareas del instituto o seminario donde están estudiando.
Hay un elemento común en todas estas formas de lectura: la aplicación práctica directa. La lectura servirá para seguir las palabras del predicador y situarlas en la propia experiencia; o para irse pensando por un rato en la bendición prometida en el versito leído antes de salir de casa; o se ha de utilizar esa lectura para escribir un ensayo o para responder las preguntas de un examen en el instituto; o bien se memorizan ciertos versos para ser usados como escudo contra las artimañas del enemigo.
Por cierto hay algún ejercicio del pensamiento en todas estas acciones. Pero no son propiamente el acto de pensar al que hacíamos referencia en el artículo pasado. Pensar la lectura implica realizar un esfuerzo por comprender no sólo el contexto histórico, social o espiritual en el cual lo que se lee fue escrito. También hay que buscar una perspectiva, una mirada global, el hilo que une todo lo leído. Hay que establecer relaciones entre las diversas cosas que se han leído sobre un mismo tema o personaje. Hay que discriminar entre lo que corresponde estrictamente a las palabras habladas por Dios y a las palabras dichas o escritas por los protagonistas o autores del texto. Hay que dialogar, cuestionar, preguntar y aprender a relacionar todo ese trabajo con el aquí y el ahora.
Algo sé: al Espíritu Santo le agrada sobremanera colaborar con este esfuerzo…
(Este artículo ha sido escrito especialmente para la radio cristiana CVCLAVOZ)

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