Entre la amplísima variedad de espacios en los cuales los cristianos evangélicos están ausentes hay uno que no es un lugar social sino una condición interior, algo que se encuentra en su mente. Esta condición hace virtualmente imposible cualquier diálogo con los otros porque está arraigado en las creencias más profundas e irreductibles de su pensamiento. De igual modo, lo vamos a comentar por una gentil petición de mi anfitrión en el programa “Más Vale Tarde”.
Muy raras – rarísimas – veces he tenido la oportunidad de hablar con un cristiano que se haga con seriedad esta elemental pero profunda pregunta: “¿En qué creen los que no creen lo que yo creo?” Digo con seriedad porque la mayoría cree que sabe lo que creen los demás – los de afuera- pero ese conocimiento casi nunca supera el límite de la escuela dominical o el curso de discipulado básico.
Si uno fuera a escarbar un poco más adentro del asunto podría encontrar que hay una pregunta aún más importante a la que ellos no responden y es ésta: “¿Por qué yo no creo lo que ellos creen?” Difícilmente podrían responderla porque ignoran la primera cuestión planteada, es decir, lo que los otros creen. De nuevo, la respuesta que algunos intentan dar se encuentra dentro de los confines del aprendizaje básico de la institución.
Hay un extraordinario y no tan extenso libro de James Sire titulado “El universo de al lado” que contiene un epígrafe que resume así la cuestión:
“En honor a una plena conciencia intelectual de cada uno de nosotros, no sólo deberíamos poder reconocer las cosmovisiones de los demás, sino ser conscientes de la propia: por qué tenemos la que tenemos y por qué pensamos, a la luz de tantas opciones, que la nuestra es verdadera.”
No hay duda que los cristianos creen que su visión de la realidad es la verdadera. Lo que les pasa es que no tienen idea de cómo comunicar eso al mundo circundante. Primero, porque lo hacen con la arrogancia del que se siente superior a los otros por la verdad que sustenta. Y segundo, porque ignoran enormemente de qué se compone el pensamiento y la cultura del mundo al que pretende alcanzar.
Tengo la creciente convicción de que la comunicación del evangelio en este siglo será cada vez más infructuosa si los cristianos no se dan el trabajo de comprenderse a sí mismos y al mundo que los rodea.

Deja un comentario