El cine permite “expresarse” – con todas las connotaciones estéticas que asume la categoría de expresión -, mientras que la televisión permite como máximo “comunicar.”

(Umberto Eco, Comunicación y expresión, en Apocalípticos e integrados, Ed. Sudamericana)

Umberto Eco escribió esto en 1965, esto es, hace más de cincuenta años. Es comprensible entonces que la televisión sea su tema de estudio. Más tarde, en De la estupidez a la locura escribiría ideas afines sobre internet y teléfonos celulares.

Es habitual hallar en sus libros y artículos esa inmensa habilidad de comprender no sólo los fenómenos de su época sino el dilema humano de todos los tiempos y particularmente de los últimos trescientos o cuatrocientos años.

El asunto de fondo, me parece, es la dilución del contenido en aras de la inmediatez, la velocidad y la brevedad. Con el fin de alcanzar a mayor número de personas y mantener su interés, la profundidad y la reflexión simplemente desaparecen. No hay público que ponga más de cinco minutos de atención ni lea más de tres o cuatro líneas. En esa transición de expresión a mera comunicación, la idea y la creatividad se convierten en un dato, una pieza de información.

Siguiendo la analogía de Eco entre el cine y la televisión, podríamos decir algo parecido entre el libro y el periódico o el panfleto. En el libro hay una carga estética de diversa profundidad y relieve dependiendo del tema y del autor. (De paso digamos ésa es la razón de por qué,  en la mayoría de los casos, el libro es mejor que la película). En los medios de comunicación la supremacía la tiene la información: hechos y opiniones. Claro, hay secciones de artes y letras o ideas en los principales diarios nacionales pero no tienen la permanencia del libro. “Mañana el periódico”, dice Hugh Grant en Notting Hill, “se usará para envolver pescado.”

Vivimos en una época donde la expresión está sobrepasada por la comunicación de masas. La idea ha sido reemplazada por la frase ingeniosa. La conversación devino chimento (chisme) y risotadas. El debate y el diálogo se transformaron en insultos, salivazos verbales y descalificaciones gratuitas en las redes sociales.

En otra sección de Apocalípticos e integrados, Umberto Eco reflexiona:

El mal gusto sufre igual suerte… que el arte: todo el mundo sabe perfectamente lo que es, y nadie teme individualizarlo y predicarlo, pero nadie es capaz de definirlo.

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