Nunca deja de asombrarme el flujo inmenso e incesante de mensajes cargados de lugares comunes sobre la Navidad. Frases que pretenden alguna inteligencia, elogios al amor, la comunión, la bondad y toda suerte de deseos de utilería sacados de la inagotable fuente de conocimiento instantáneo de Internet.

Ya conocen mi lateralidad incurable; entre líneas tenemos que reconocer siempre la inconsecuencia, la inconsciencia, la desidia respecto de la verdadera materia de las cosas. El mundo no es dulce, no es bonito, no hay razón alguna para el optimismo y las esperanzas algodonosas. En ese sentido, la celebración común de la Navidad es mentirosa, por decir lo menos. Evoca sentimientos, resoluciones y compromisos que no van – no pueden ir – mas allá de la emoción que provoca leerlos o escucharlos o verlos según en qué medio te lleguen los mensajes. No se hace cargo de la fealdad de la ciudad, del robo, de la corrupción, de la trata de personas, de la violencia racial, de la guerra, del hambre y de la porquería en la que vivimos diariamente.

Apenas escapamos de todo eso por aquel delgado barniz religioso que nos ampara o por el expediente de vivir a saludable distancia de los hechos, huyendo de la cara fea de la realidad a escondernos en nuestras casitas, en nuestros templos y en nuestras comunidades cerradas.

Hace ya mucho que abandonamos la Navidad. Hablo en primera persona plural para que no crean que me paro en alguna torre de marfil a juzgar a los demás. Estoy en medio de eso. Tenemos nuestras fiestas de fin de año, el día previo a la Navidad salimos al happy hour con nuestros compañeras y compañeros de trabajo, asistimos a la fiestita de la iglesia, comemos nuestra cena habitual con parientes y amigos, abrimos algunos regalos, compartimos unos ciertos buenos deseos y nos vamos a dormir.

Afuera, el mundo gira en la locura de su destino presente. El amor, ese darse a la gente, a alcanzarla en su prisión, en su enfermedad, en su soledad, en su miseria ya no es asunto nuestro. Que de eso se encargue el gobierno, el Ejército de Salvación o el Servicio Nacional de Menores, para eso están.

Nosotros ya hemos cantado nuestros villancicos y ya tenemos paz porque hicimos la oración correspondiente y estuvimos un buen rato con los nuestros.

Feliz Navidad.

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