Proyectos de ¿vida?

Proyectos de ¿vida?

Por Saraí Llanes

¿Qué quieres ser cuando seas grande? ¿Dónde te ves dentro de 5 años? ¿Cuáles son tus metas? Nos bombardean con estas preguntas toda la vida. Son los títulos de las composiciones de la clase de literatura, las encuestas de orientación vocacional, o las preguntas de cualquier entrevista de trabajo.

Nuestros padres se dedican a observarnos. Bueno, los más dedicados. Ellos descubren nuestras fortalezas y empiezan a ponernos en clases de piano, ballet, y en cuanto deporte esté a la mano. No es que seamos tan buenos, pero algo nos gusta. Ninguno de nosotros pretende dedicarse a nada de lo que estudia. Lo hacemos por placer o porque nos obligan para desarrollar el carácter o contribuir con nuestra formación integral. También son los padres los que empiezan a cortar alas, sin saberlo y sin proponérselo.

Un niño nace con infinitas posibilidades creativas y de ejecución. Una de sus primeras necesidades es la de nuevas impresiones, la de estimulación constante. En los primeros años de vida su atención es dispersa y es difícil que se concentre por mucho tiempo en la misma tarea. Necesita más, necesita cambiar, se aburre rápido de cualquier actividad repetitiva. Es feliz cuando se le presenta algo nuevo.

¿Cuándo el niño deja de ser tan feliz? Cuando comienza en la escuela. Se acabó la dispersión y el juego libre. Es tiempo de atender a la maestra. La educación es totalmente trasquiladora. Ya sé que estoy asustando. Pero pensémoslo de esta manera. Alguien, que no es el niño naturalmente, decide qué es lo que él necesita aprender, supuestamente “para la vida”. Y ya que todos los seres humanos somos iguales (puro sarcasmo) todos necesitamos aprender lo mismo: Matemáticas, Ciencias, Historia y Lenguas. Y cuando digo Lenguas digo el idioma nacional y tal vez un segundo, casi siempre inglés, como si no existieran casi 6000 en el mundo. Pero todo esto tiene una justificación. La más sencilla: no podemos aprenderlo todo. Hay que enfocarse.

El asunto del enfoque me viene dando vueltas ya hace algún tiempo. En este momento ya lo di por incorregible. Bueno, ya me di por incorregible porque no he logrado nunca enfocarme, ni quiero. Es más, creo que no está bien. Cuando llegué a los Estados Unidos lo primero que me dijeron fue: “tienes que enfocarte, tener una meta. Tienes que escoger qué es lo que quieres hacer y dar los pasos para lograrlo”.

Los motivadores actuales trabajan sobre esa teoría. Determinar las metas y seguir el camino que te conduce a ella. El paradigma positivista y las teorías conductistas del mundo occidental nos han permeado de estas ideas de goles, estrategias , técnicas, disciplina. Y realmente no puedo decir que no funciona. Sin embargo, para algunos ese ES el criterio de madurez, de desarrollo del carácter, y ahí sí creo que se han comido un cake.

Pocos niños saben desde pequeños lo que quieren. Existen, porque los he conocido. Estudié en una escuela de arte donde muchos de mis amigos tenían clara su meta de ser artistas, concertistas, bailarines, pintores. No todos lo lograron. Tampoco todos se esforzaban tanto y tampoco todos amaban el arte de manera que lo hicieran el centro de su vida. En la medida en que pasaron los años muchos vieron aquel tiempo como una etapa, una época fantástica de aprendizaje, enriquecedora, pero solo eso. Hay quienes nunca más tomaron el violín o hicieron una escultura. De hecho, de aquellos prospectos de artistas surgieron médicos, ingenieros, y diseñadores de software.

Las estadísticas indican que una persona promedio cambia de carrera alrededor de 7 veces durante su existencia. Con el aumento de la esperanza de vida en la sociedad moderna, aun después de retirados, las personas de más de 65 años aún tienen fuerzas y destrezas por desarrollar. Según los neuro-psicólogos, los seres humanos “normales” empleamos solamente el 10 porciento de nuestra capacidad cerebral. ¿Y qué hacemos con el otro 90?

Tuve un profesor que decía: “La vida es como un parque de diversiones al que se viene solo una vez. Por eso hay que tratar de montarse en la mayor cantidad posible de aparatos”. El mismo apóstol Pablo decía: “Examinadlo todo”. Es cierto que continúa con “retened lo bueno”, pero en ningún momento dijo: “y quédate con una sola cosa”.

He escuchado muchas teorías acerca de que tenemos un propósito en la vida, que nacimos para algo específico, que nuestra vida tiene un sentido que a veces nos es difícil llegar a descubrir. De alguna manera hay que “luchar por tratar de descifrarlo. Solo de esa manera seremos verdaderamente felices y nos pondremos en sintonía con el plan de Dios”. Por favor. Creo que fuimos creados para adorar a Dios, pero de ahí a pensar que nos hizo específicamente para desempeñar una misión, hay un largo trecho.

Para empezar nadie tiene una sola misión en la vida. Nuestra vida transcurre en una diversidad de misiones, roles que tenemos que desempeñar porque sí, porque nos tocan, sin plantearnos ninguna meta. Somos hijos, hermanos, padres, abuelos, tenemos alguna misión en nuestras familias. Luego somos estudiantes, amigos, vecinos. Cada lugar donde estamos representa una misión.

Dios evidentemente nos hizo con muchos talentos para usar en diferentes situaciones. La parábola cuenta que a algunos les dio uno, a otros dos, a otros cinco. Y estos números son claramente simbólicos. Nadie tiene un solo talento, una sola cosa que sabe hacer. Quizás la persona que tiene pocas opciones, tenga más clara cuál es su meta y propósito. Pero ¿qué pasa con el que tiene cinco? No lo tiene tan claro. ¿Cómo le pregunto a Dios qué quiere que haga cuando me ha dado tantas posibilidades? ¿No será que Dios quiere que lo hagas todo, que NO te dediques a una sola cosa?

Lamentablemente cuando una persona decide por un camino en su vida, tiene que desechar otros. De eso se tratan las decisiones. Mas allá de seleccionar una opción es desterrar las otras, eliminar las posibilidades. Y eso es triste. ¿Cómo le puede gustar a Dios que te dio 5 talentos para usar, que decidas por uno y entierres los otros 4 porque crees que es “tu propósito en la vida”? No creo que Dios estará satisfecho viendo como desechas lo que te da, para cumplir un “propósito” que no te dio, sino que tú te estás trazando por un asunto de preferencias. Simplemente es más fácil dedicarse a una sola cosa que a muchas. Algunos dicen que más vale ser el mejor en algo, que mediocre en todo. ¿No será eso ambición?

Las exclusiones se tornan más difíciles cuando se amplía el espectro de posibilidades. Y la sociedad contribuye a incrementar el estrés fatídico de decidir. Hay que estudiar “una” carrera, esa que te guste mucho porque vas a tener que leerte miles de libros de lo mismo, pero además porque si te toca la magnífica suerte de tener que pagarla, tus deudas probablemente sean de por vida, así que es mejor que la ames. Luego tienes que buscar “un” trabajo, ese que te exige tiempo y esfuerzo y te quita las ganas para explorar otras áreas de tu vida. Cuando tengas familia, mejor te compras “una” casa (no todos pueden darse el lujo de más) para que vivas en ella “toda” la vida. Ese es tu sueño: tener tu casa, para “asentarte”.

Así, de a poco, nos van y nos vamos reduciendo. Muchos terminan lamentando más, precisamente, lo que no han hecho. De pronto quieren cumplir sus sueños a través de sus hijos. Y si tienen muchos, mejor, así son varios sueños por cumplir.

Yo no quiero asentarme, ni dedicarme a una sola profesión, ni vivir en un solo lugar. Yo quiero hacerlo todo. No quiero enterrar el infinito que Dios me ha puesto por delante. La vida es eterna, y aunque esta, material, es un viaje corto donde somos apenas pasajeros, pido al menos que sea intensa. Por eso, cuando me preguntan qué quiero hacer o dónde me veo dentro de 5 años, contesto: “Quiero que, en su voluntad, Dios me sorprenda con nuevas aventuras”.

 

El siguiente crédito, por obligación, se requiere para su uso por otras fuentes: Artículo producido para radio cristiana

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. El presente se escribió en su totalidad por un ser humano, sin uso de ChatGPT o alguna otra herramienta de inteligencia artificial.

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