Ardis Whitman cuenta de un hombre que vivió torturado durante muchos años por el recuerdo de una travesura estudiantil en la que uno de sus amigos perdió la vida. El recuerdo de aquel acto inconsciente lo atormentaba: cambiaba de empleo continuamente  e incluso se separó de su esposa, con la que llevaba seis años de matrimonio. De la noche a la mañana, sin embargo, se operó un cambio rotundo en él; parecía alegre y satisfecho, recuperó su empleo y su mujer volvió a su lado.

Cuando le preguntaron qué sucedió él dijo: Yo no podía dejar de pensar en las horribles consecuencias de mi acto. El recuerdo de mi culpa me helaba la alegría en los labios; iba a estrechar la mano de alguien y la retiraba avergonzado y el remordimiento había levantado una muralla entre mi esposa y yo. Cierto día recibí la visita de la persona cuya presencia yo mås temía en este mundo: la madre de mi amigo que había fallecido.

 – Hace algunos años, despuĂ©s de orar mucho, conseguĂ­ perdonarte; tu mujer te perdonĂł tambiĂ©n, igual que tus amigos y jefes – La mujer hizo una pausa y continuĂł con tono severo-  TĂș eres el Ășnico que no te has perdonado. ÂżQuiĂ©n te crees que eres para  oponerte a todos los vecinos del pueblo y a nuestro Señor mismo?

Después de eso, el hombre vio en los ojos de aquella madre una especie de permiso para ser el que él hubiera sido si su amigo viviese, por primera vez se sintió digno de amar y de ser amado.

ÂżHay algo que no te perdonas? ÂżCometiste un error y no sabes cĂłmo enfrentar las consecuencias? ÂżTe atormentan tus errores?

Todos nos equivocamos, tomamos malas decisiones y después debemos lidiar con la consecuencia de nuestros actos. Nadie estå libre de cometer equivocaciones y es cierto que hay errores que pagan inocentes y quizås son los mås difíciles de enfrentar.

Si bien es cierto que arrepentirnos no nos librarĂĄ de la consecuencia de nuestros actos, nos permitirĂĄ poder avanzar y buscar el propĂłsito de Dios para nuestras vidas. La culpa suele atarnos y nos quita la visiĂłn de un futuro.

En Hebreos 10: 17 y 18 dice: “ «Nunca mĂĄs me acordaré  de sus pecados y sus transgresiones». Y cuando los pecados han sido perdonados, ya no hace falta ofrecer mĂĄs sacrificios.

Si realmente te arrepentiste y pediste perdĂłn a Dios y a los afectados por tus actos, es tiempo de que tĂș tambiĂ©n te perdones. Puede no ser un proceso fĂĄcil pero tĂș no eres superior a Dios y si Él te perdonĂł ÂżQuiĂ©n eres tĂș para no hacerlo?

 “Finalmente te confesĂ© todos mis pecados  y ya no intentĂ© ocultar mi culpa. Me dije: «Le confesarĂ© mis rebeliones al Señor»,   ¥y tĂș me perdonaste! Toda mi culpa desapareció” Salmos 32:5  (NTV)

Si ya confesaste tu pecado y te arrepentiste de corazón, levåntate y busca tu propósito, pídele a Dios que te dé la sabiduría y fortaleza para que esa mala experiencia te ayude a guiar a otros, a evitar que cometan el mismo error. Que ese error del pasado no te detenga.

 

El siguiente crédito, por obligación, es requerido para su uso por otras fuentes: Artículo producido para Radio Cristiana CVCLAVOZ.

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