(Meditaciones inconvenientes – Serie 1 – Episodio 3)

“En esto perdone Jehová a su siervo: que cuando mi señor el rey entrare en el templo de Rimón para adorar en él, y se apoyare en mi brazo, si yo también me inclinare; cuando haga tal, Jehová perdone en esto a tu siervo. Y él le dijo: Ve en paz.”
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Esta es la situación en palabras contemporáneas: El hombre acaba de experimentar una sanidad asombrosa. Se ha convertido ahí mismo a Dios y pide permiso para llevarse un poco de tierra de Israel para hacer un altar donde adorar a Dios (secretamente se entiende) en su país.
Pero tiene un problema: es el hombre de más confianza del rey y cuando éste va a adorar al templo pagano de Rimón se apoya en su brazo y debe por ello inclinarse con él. Hasta antes de hoy no tenía problema porque él mismo lo adoraba, pero ahora ya no. La pregunta se hace imperativa: ¿Dios no se molestaría si sigue entrando al templo pagano con el rey y se incline junto con él? Porque no quisiera cortar ese vínculo de amistad.
Ahora, miren. Esta sería (más o menos) la respuesta de un evangelista sanador de nuestro tiempo: “Escucha, Naamán: Cuando uno se convierte a Dios, debe hacerlo de todo corazón. Ser convertido a El significa ser radical. ¿Cómo se te ocurre que ahora, creyendo en Dios, vas a poder entrar al templo de un dios pagano y encima inclinarte ante él? Además, quieres seguir siendo amigo del mundo manteniendo tu amistad con un rey inconverso. ¿Es que no has entendido nada? No, mi amigo. Debes cortar todo contacto con el mundo”.
Con esta respuesta aquel rey jamás hubiera tenido la oportunidad de contemplar la milagrosa sanidad que su mejor amigo había experimentado, tal vez interesarse en ese Dios desconocido y eventualmente llegar él mismo a convertirse. Si así ocurriera toda una nación recibiría el influjo de esta nueva fe. Eso es lo que posiblemente preveía este nuevo creyente y por ello puso la pregunta a consideración del profeta.
Afortunadamente Eliseo era una persona que entendía las cosas más allá de las formas externas y los caprichos de las tradiciones humanas por lo que, a diferencia de nuestros evangelistas modernos, sólo le respondió tres palabras: “Ve en paz”.
¿No les parece que hace falta más entendimiento y menos palabrería religiosa?

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