“Soy abogado”, dice Mr. Lefroy con una sonrisa irónica: “La justicia no es parte de la ley”. La frase la dirige a una atribulada Ms. Austen en el filme Becoming Jane. El comentario resultaría apenas cínico si no fuera porque es expresado por alguien cuya profesión, se supone, es defender la justicia. Por ello resulta más bien trágico. Y me da pie para expresar mi propio desaliento e ilustrar el por qué de la desesperanza creciente que siento acerca de nosotros en tanto raza humana.
El triste espectáculo de una democracia cada vez menos noble oficio republicano y cada vez más mentira, montaje propagandístico y demagogia consagrada en las redes sociales; mandatarios que en nombre de una noción cada vez más abstracta de pueblo se eternizan en el poder y esconden corrupción, crimen y maldad; el crimen impune amparado en una cada vez más turbia interpretación de los derechos humanos de asesinos y ladrones; pérdida absoluta de la palabra como vehículo de contenido y proveedora de sentido para las relaciones humanas.
En nuestro entorno cristiano el discurso cada más infructuoso sobre la misión y la conducta de los creyentes; el progresivo deterioro de los alcances y efectos de una genuina evangelización; el abaratamiento feroz de la práctica y la misión de las instituciones cristianas en el mundo; la banalización desbordada de la música y la palabra en la liturgia de los templos.
Pensemos en la ciudad, cada día más brutal, más ferozmente peligrosa, más poluta; la caída libre de la calidad de la educación, de los servicios públicos y de infraestructura, la neurosis colectiva, la depresión y el fracaso superlativo de las relaciones entre las personas… y así sucesivamente.
En este punto de la lectura la audiencia sensible querrá posiblemente recomendarme la esperanza en Dios o bien hacerme acuerdo de que el corazón humano es engañoso y perverso. Gracias. No tengo ni por un minuto duda de las buenas intenciones y de la bondad de Dios. Mi problema es obligadamente con lo segundo. Es precisamente la evidencia de las obras de nuestros corazones, que promueven semejante clima de destrucción en todos los sentidos, la que me lleva a creer que el discurso no alienta a tener esperanza.
De vez en cuando alguna acción humana, alguna noticia de un demencial gesto de bondad perfuma el ambiente pero, oh tristeza, no es más que una excepción.
La regla es lo otro…

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