(Advertencia: El material de este artículo puede resultar irrelevante para personas menores de cincuenta años. También puede serlo porque los temas tratados aquí hacen referencia a una experiencia chilena, aunque es posible que alguna audiencia encuentre similitudes con su propia historia)
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Cuando era un niño, hace más años de los que me gustaría admitir, fui frecuentemente impresionado por los curiosos, enigmáticos o misteriosos nombres que tenían algunos negocios. Uno de ellos fue el de la tienda Las tres BBB. Más tarde supe que las letras hacían referencia al concepto comercial bueno, bonito, barato. Desde tan temprano me atraía la expresión adecuada del idioma que me parecía que el nombre correcto del negocio debía ser Las tres B pero se ve que aquel dueño quería asegurarse que la gente no se perdiera la noción de bueno, bonito, barato.
Sin duda el misterio mayor para mis años infantiles era la esquina de los Grandes Almacenes El Rey que Rabió. Hoy no me demoré más que quince segundos en encontrar en Google el origen de aquel críptico nombre: así se titula una zarzuela. Pero allá en la primera mitad del siglo XX un nombre así podría estar toda la vida sumido en el misterio si uno no tenía ningún tío o tía que amara la zarzuela, que así era en mi caso.
Hace unos diez años escribí un pequeño artículo para una revista en la que me referí a la fragilidad del presente. Tal vez sea mi imaginación pero antes uno podía ir a un negocio por diez o veinte años  y seguir encontrando ahí al mismo dueño y a los mismos dependientes. Así era en la Casa Manzur, la Casa Muzard, Gath y Chaves, Los Gobelinos, Librería Nacional, la sombrerería Donde Golpea el Monito y la panadería La Malagueña. Hoy no solamente es imposible que eso suceda sino que la sola ocupación de escribir sobre este tema puede parecer bastante inservible para el pragmatismo de la época presente. Aunque en la ciudad donde vivo hay ciertos lugares con nombres sugerentes: Cuando Nadie Te Ve, Pringamoza, Peor Para El Sol, La Boquería, La Batalla, La Bomba.
Este relevamiento de recuerdos y de nombres no es otra cosa que la melancólica mirada a un tiempo por demás perdido y va revelando ese como encogimiento vital que empieza a venirle a uno cuando la línea del horizonte se acerca inevitablemente.

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