(Divertimento)

Mi sobrino, técnico en computación, le presenta el costo de su trabajo al cliente. Este le responde con cierta molestia: ¡Pero si lo único que hiciste fue regular un tornillito! Cuando le muestra la factura, el cliente lee: Por regular un tornillito: 10 dólares. Por saber exactamente qué tornillito regular: 190 dólares. Me cuenta esta historia y hablamos acerca de la habilidad que uno adquiere en su oficio y el valor que eso tiene no sólo desde el punto de vista monetario sino profesional.
El se ha reído porque me ha visto prestar diligente atención a unas zapatillas que acabo de lavar y estoy atento a que se sequen sin estar en contacto directo con el sol. Me dice: “Apuesto a que eres capaz de escribir un artículo sobre las zapatillas”.
Por cierto no hago apuestas sobre lo que escribo pero se me ocurrió que el mundo y la vida son siempre materia de reflexión, de aprendizaje, de toma de conciencia. Las cosas adquieren valor cuando uno se da cuenta de la intrincada e íntima relación que todo tiene con todo. Es una mirada integral, no fragmentada, como es común mirar hoy las cosas.
Cuando era adolescente, las zapatillas más codiciadas eran las North Star. Sólo algunos privilegiados podían tenerlas. Nosotros sólo teníamos acceso a unos modelos populares adquiridos en el barrio Franklin. Pero para nosotros eso era la normalidad. Nunca tendríamos jeans o casacas Lee, no tendríamos televisor en casa, teléfono fijo, auto o viajes al exterior. No por nada eran los años sesenta en el sur del mundo, aislados por el Pacífico, la Cordillera de los Andes, el desierto de Atacama y el hielo antártico.
Prácticamente toda mi vida, por razón de mi trabajo profesional y ministerial, debí usar traje, corbata y los zapatos correspondientes. Desde hace unos quince años pude por fin sacarme esa camisa de fuerza de la cultura y hoy me paso la vida con remeras (poleras), jeans y zapatillas. La vida no pasa, concluyo, por cómo uno se viste sino por lo que uno hace.
Y eso es materia bastante discutible. Algunos están complacidos con mi vida y otros, sin duda, consideran que soy un personaje bastante poco deseable. La ropa trasciende esos juicios.
Así que voy a mirar si mis zapatillas ya están secas y le voy a mostrar estas líneas a Mauricio, mi sobrino…

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