“El fin de la vida es el propio desenvolvimiento, realizar la propia naturaleza perfectamente, esto es lo que debemos hacer. Lo malo es que las gentes están asustadas de sí mismas hoy día. Han olvidado el más elevado de todos los deberes: el deber para consigo mismo.” Estas palabras, de “El retrato de Dorian Gray” de Oscar Wilde, son puestas en boca de lord Henry Wotton, quien considera que influir sobre otra persona es inmoral, porque le quita sus pensamientos naturales, la convierte en eco de una música ajena. “El valor nos ha abandonado”, se lamenta lord Wotton.La gente no solamente es influida por personas y medios; antes busca diligentemente ser influida. Gobernadas por el terror social y por el terror religioso buscan en otros las certezas que necesitan para vivir.
Ha sido siempre una minoría la que no tiene miedo de pensar en forma independiente y que busca respuesta a las preguntas y enigmas de su tiempo. Los que han esquivado el oficio del pensamiento crítico son influidos por aquella minoría que se convierte – por defecto – en la conductora de la sociedad.
Es asombroso cómo en el entorno cristiano impera esta falta de valor, esta carencia de audacia para realizar la propia naturaleza. El éxito de audiencia que tienen los materiales y espacios dedicados a la orientación y ayuda para la vida es la prueba más contundente de esta ausencia de valor propio. Es una triste paradoja el que la libertad que supone el ethos cristiano no se traduzca en un pensamiento libre. Es una ironía que “la mente de Cristo” – que debería orientar a la grey y alentarla a una visión consciente de su propio medio y el del mundo circundante – no alcance siquiera para una idea aproximada de lo que está aconteciendo en el mundo.
El observador perceptivo queda perplejo con las preguntas que la gente formula a los gurús de los medios institucionales. Son inquietudes tan básicas sobre lo que debería ser la vida del creyente que uno está obligado a concluir que ni siquiera el “examinadlo todo” ha tenido lugar en la mente de la inmensa mayoría como para poder llegar a “retener lo bueno”.
Como si todo lo anterior fuera poco, uno termina finalmente abrumado por la “honda gratitud” con que la audiencia consultante abraza las respuestas otorgadas.