¿Es para ustedes tiempo, para ustedes, de habitar en sus casas artesonadas, y esta casa está desierta?
Buscan mucho, y hallan poco; y lo encierran en casa, y yo lo disiparé de un soplo. ¿Por qué?, dice Jehová de los ejércitos. Por cuanto mi casa está desierta, y cada uno de ustedes corre a su propia casa.
(Hageo 1:4,9)
Esta denuncia de Dios es conmovedora. No es que está obsesionado con un templo material, con una casa en la que habitar; su templo es el universo inconmensurable. El que su pueblo se dedique a sus casas y a sus cosas es el síntoma de algo mucho más profundo: es el abandono de Dios.
Hoy no hay carencia de “templos”. Desde la más modesta casa de madera en un barrio pobre hasta las majestuosas construcciones de las llamadas mega iglesias son provistas en la medida de los recursos con mobiliario, equipos de audio y video, cortinajes, balaustradas, paños de terciopelo y vidrios de colores.
Así que hoy no va por ahí el problema del abandono de Dios. Se manifiesta en algo más sutil y significativo: Dios ya no es el eje de la existencia, el centro de todas las cosas. Ya no es más la materia fundamental de la realidad. Se ora, se canta y se adora, se habla y se escucha de El pero los corazones de las personas hace ya mucho tiempo andan detrás de la bendición, de la dádiva, de los resultados, de la sanidad, de la solución de los problemas, de la armonía en el hogar y de la paz sicológica. Dios ha sido reducido, ni más ni menos, a una máquina expendedora de soluciones automáticas; un Dios solumático. “Te oro, te canto, te ofrendo, asisto a tu templo pero tú me garantizas felicidad aquí y ahora y en el mundo venidero la vida eterna.”
Este un abandono obsceno y falaz. Obsceno porque Dios queda puesto en la misma tribuna de los gurús, de las ofertas alternativas de sanidad, de las disciplinas de la mente y de toda clase de gentes que ofrecen ayuda para resolver los problemas humanos. Falaz porque el nombre de Dios – que por sí solo debería justificar la adoración y el servicio – es usado profusamente para mantener la tradición y conseguir los beneficios que requiere la moderna fe humanista.
Por eso dice el profeta, Buscan mucho, y hallan poco. Nunca las cosas podrán reemplazar al Dios verdadero.